Si hay una guerra permanente que Andrés Manuel López Obrador mantendrá a lo largo de su sexenio será en contra de los medios de comunicación y periodistas, en particular, críticos de su gobierno, que le son incómodos y a quienes les asesta un día sí y el otro también una serie de descalificaciones con las que pretende poner a la población en su contra.

Un día los llama “fifís” y conservadores” y el otro, como ayer en la mañanera, se queja porque no juegan ni hacen el papel que él quisiera que hicieran. O, cuando menos, que no lo critiquen. Ayer dijo:

“No hay en México un periodismo profesional, independiente; no digo objetivo porque eso es muy relativo, pero ético. Están muy lejos de eso, es parte de la decadencia que se produjo, y lo mismo la radio, la misma televisión… No generalizo, pero sí”.

En una entrevista con el diario El País, el periodista español Iñaki Gabilondo sentenció: “Cuando el periodismo sigue la línea de lo que más gusta, está traicionando su misión y obedeciendo la lógica del gerente. El periodismo debería pensar en lo que debe ser contado y en lo que la sociedad tiene derecho a conocer”.

López Obrador no entiende que la prensa en México no busca ser popular publicando lo que más le gusta a los hombres del poder, sino que piensa “en lo que debe ser contado y en lo que la sociedad tiene derecho a conocer”, como deben entenderlo también aquí en Jalisco, para no traicionar su misión y obedecer la lógica del Presidente, parafraseando al propio Iñaki Gabilondo.

Según López Obrador, “lo que tenemos ahora es un periodismo muy cercano al poder, sobre todo económico, y, muy distante al pueblo. Es un periodismo de elite que no defiende al pueblo raso”.

¿Cuál es el periodismo que está distante al pueblo y no lo defiende, cuando lo que se publica son los abusos del poder que quiere tener una prensa dócil y domesticada, que no lo critique y sí que lo alabe o lo defienda, que cierre los ojos a sus grandes y graves errores y le aplauda cual focas de espectáculo por cualquiera de sus ocurrencias o acciones de gobierno por más dañinas que sean para el país? ¿No es eso estar cercano al pueblo? ¿No es eso defender al pueblo? ¿O a qué “pueblo” se refiere? ¿A los que son sus fans y lo defienden a capa y espada y a ojos cerrados?

Sabias las palabras del finado periodista colombiano Javier Dario Restrepo cuando advierte: “A los periodistas nos juzgarán no solamente por lo que decimos sino por lo que dejamos de decir”.

Ese es el periodismo en México -claro, hay excepciones que se exhiben después de cada “mañanera” o al día siguiente con sus titulares-, el que sabe que será juzgado por lo que dice -y la voz presidencial es el mejor ejemplo de ello-, pero también por lo que deje de decir, como sería ignorar las graves y absurdas decisiones y acciones que se toman desde Palacio Nacional.

Para López Obrador la prensa crítica como Reforma, El Universal, Excelsior, TV Azteca -por la que abogó para que no fuera sancionada por Gobernación- y Televisa, así como Pascal Beltrán del Río y Carlos Marín, aunque tiempo atrás ha mencionado en esta línea crítica a Pablo Hiriat, Carlos Loret de Mola, Raymundo Rivapalacio y Ciro Gómez Leyva, entre otros, es su adversaria por que solo se dedican a criticarlo.

Pero al mismo tiempo presumió, con nombre y apellido, a aquellos periodistas que lo defienden: Federico Arreola, Enrique Galván Ochoa y Jorge Zepeda Patterson, quienes a decir verdad no sé si estarán muy orgullosos de que el presidente de la República los haya “ventaneado” como sus defensores.

No será, pues, la última ocasión que López Obrador arremeta contra la prensa y el periodismo en el país, y buscará por todos los medios poner a la ciudadanía en su contra. Lo que queda es que esa prensa y los medios de comunicación en general, resistan a la embestida presidencial que no desistirá en tratar de doblegarlos.

Pero este mensaje debe ser muy bien entendido por el presidente de la República y algunos gobernadores que no resisten ni acepten la crítica, creyendo que nadie debe atreverse a cuestionar sus decisiones y acciones, y mucho menos hacer públicas sus corruptelas, aún y cuando “por debajo de la mesa” apliquen la fórmula lópezportillista del “te pago para que no me pegues”.