Enrique Ibarra Pedroza se convierte a partir de hoy en presidente municipal de Guadalajara con el ejemplo de quien fue colaborador y es considerado por muchos como el mejor alcalde que ha tenido la ciudad… Arnulfo Villaseñor Saavedra.
En 1980 Ibarra Pedroza rindió protesta como regidor e integrante de la planilla de don Arnulfo. Nunca se imaginó que 37 años después lo haría como gobernante de la capital y no con las siglas del partido al que le dedicó gran parte de su vida política, el PRI, sino de un cuarto al que representa, Movimiento Ciudadano, luego de haber sido candidato a gobernador del PRD y diputado federal con el “cobijo” del Partido del Trabajo.
Es cierto, la Guadalajara de 2017, del siglo 21, es muy distinta a la romática Guadalajara de la década de los ochentas del siglo XX. Sin embargo, la vigencia de un político como Ibarra Pedroza a lo largo de más de tres décadas habla de una formación sólida que deberá de evidenciarse ahora como gobernante de la capital del estado, pues sin duda tener un maestro como Villaseños Saavedra no cualquiera pudo darse ese lujo.
Ibarra Pedroza lo tuvo, y bien dicen que “lo que bien se aprende, nunca se olvida”. Hoy ese es su reto y su oportunidad.
Porque lo peor que puede hacer el nuevo alcalde interino es pretender continuar con la forma de gobernar de su antecesor. Ese lujo no puede darse.
Hoy Enrique Ibarra vio cristalizado un acuerdo que pactó con Enrique Alfaro Ramírez de ser quien lo sustituyera cuando éste abandonara el cargo para ir en pos de la gubernatura, pero es imposible pretender construir un paralelismo entre ambos.
Lo más que puede decirse es que el alumno le pasó la estafeta al maestro.
Ibarra Pedroza hereda el gobierno de Guadalajara con una ciudad sumida en la inseguridad pública, el primer grave problema que tendrá que resolver, pues los tapatíos no pueden seguir en la incertidumbre de ser víctima de la delincuencia dentro o fuera de su casa, rumbo a su trabajo o al regreseo del él, cuando sale a recrearse o está en cualquier lugar público.
En éste rubro, Enrique Ibarra se queda con una verdadera “papa caliente” que tendrá que “enfriar” en lo que resta de la administración.
Pero tiene también otros dos grandes pendientes de enojo social por resolver y que no puede ignorar, aunque para algunos pudieran ser nimiedades: la errónea desaparición de las calandrias jaladas por caballos y que serán sustituidas por vehículos de motor -¿se les puede denominar calandrias?-, que provocó que sus conductores realizaran una huelga de hambre, y la escultura “Sincretismo” que la grey católica considera una ofensa a su fe y sus creencias religiosas por el mal uso de la imagen de la Virgen de Guadalupe.
El alcalde interino no puede ignorar la postura en contra de un importante sector de los tapatíos en ambos casos. Ibarra Pedroza está obligado a escucharlos y a actuar en consecuencia.
Sin duda Enrique Ibarra Pedroza cumple uno de sus más anhelados sueños: ser presidente municipal de Guadalajara -aunque sea de manera interina-,  donde tiene la oportunidad de dejar huella y, por qué no, pasar a la historia de la capital no sólo porque su fotografía algún día estará en el Salón de Ex Presidentes, sino por su labor en un período de apenas un año.
Al tiempo.