Parece ser que Ramiro Hernández García no puede con el cargo de Presidente Municipal de Guadalajara.
A tres meses de iniciado el periodo de gobierno, los primeros indicios son preocupantes en el gobierno tapatío: falta de liderazgo, dilación en la toma de decisiones, incapacidad para resolver el problema del ambulantaje, deterioro en los servicios públicos, ausencia de un proyecto claro de ciudad y un equipo de trabajo un tanto obsoleto, generan un pronóstico poco positivo para los tapatíos.
Ramiro Hernández, no obstante sus muchos años en la política, carece de experiencia administrativa y de mando, y esa carencia se nota con claridad al interior del gobierno de Guadalajara. Juntas que duran horas y horas sin que se tomen decisiones, incapacidad del alcalde para tomar decisiones y hacer que su equipo de trabajo genere resultados y hasta la pérdida del liderazgo que tradicionalmente tenía el presidente municipal de la capital sobre sus homólogos de la zona metropolitana, son algunas señales de esa incapacidad.
En Guadalajara, es un secreto a voces en los pasillos, a su alcalde le cuesta mucho trabajo tomar decisiones, sobre todo si éstas tienen que tomarse con las prisas que exige una ciudad tan dinámica como la capital. Proyectos y más proyectos, revisiones y más revisiones, juntas y más juntas sustituyen la capacidad operativa que requiere una ciudad con la complejidad tapatía.
En la capital tapatía, su alcalde y su gobierno le apuestan a que el simple paso del tiempo sea el que arregle los problemas.
El caso del ambulantaje, que no es un problema realmente tan difícil, exhibe la talla de la administración de Ramiro Hernández.
Durante casi tres meses Ramiro Hernández y su equipo no sólo no han podido resolver o acotar a los vendedores ambulantes -que se apropian de los espacios público de manera ilegítima- sino que han agravado el problema y cada día lo enredan más de lo que estaba.
Si el ambulantaje se ha convertido en el coco de Ramiro Hernández, qué podrá esperarse de problemas más complejos y de mayor impacto hacía la ciudadanía, como la inseguridad pública.
En el caso de la seguridad, el asunto de los manifestantes violentos el 1 de diciembre pasado -cuyo manejo por parte de la policía tapatía dejó mucho que desear- resultó una medición también preocupante de las capacidades del alcalde y su equipo.
Un equipo de trabajo dividido entre las herencias de Aristóteles Sandoval y los ramiristas puros -en su mayoría de edad avanzada- dificultan la integración y una visión compartida de ciudad y del gobierno.
Ante este cuadro, es de entenderse que Ramiro Hernández no tenga una visión clara de ciudad, ni un proyecto que coincida con la Guadalajara del siglo 21, que pretende convertirse en la capital digital del país.
Mientras la ciudad empuja para modernizarse y ponerse al día, algunos miembros de la administración de Ramiro Hernández tratan de regresarla a los 80´s.
Es evidente que el equipo de trabajo al que apostó el alcalde tapatío ha dejado mucho que desear en los primeros tres meses de la administración.
Se podrá alegar que la administración apenas empieza y que las cosas se irán acomodando. Pero estos tres meses parecen ser más que un simple período de aprendizaje.