Es un auténtico Forrest Gump de la política: sus únicos méritos son la permanencia y estar en el lugar y el momento adecuados.
Ramiro Hernández García, alcalde de Guadalajara, pertenece a ese tipo de político que sobreviven sin tener virtudes. No se le conocen dotes de estratega, ni de líder, ni de buen financiero, ni de promotor, o de buen negociador, ni de visionario, ni de innovador, ni de…
Simplemente ha hecho una larga carrera política por estar. No es más que un burócrata de la política priista.
Su curriculum político reseña derrotas y plurinominales.
Quienes lo defienden, que son pocos, normalmente no encuentran argumentos más allá de “es buena persona” y “no se pelea con nadie”.
Por supuesto, nadie cuestiona sus actitudes personales, el problema es cuando alguien como él se atreve a gobernar una ciudad tan compleja como Guadalajara.
De su larga carrera política, más de 40 años, no se recuerdan logros.
Su llegada fue atropellada, pero su suerte lo sacó adelante. Luego del intento de hacerlo candidato a alcalde de Zapopan y no lograrlo, el PRI cometió el despropósito de imponerlo en Guadalajara en el 2012. Como si gobernar una ciudad u otra fuera cualquier cosa.
Hay quienes dicen que llegó tarde a ser alcalde. No, nunca debió llegar.
Para administrar Guadalajara integró un equipo de su tamaño, chiquito (en capacidad).
Ahí, como es su costumbre, ha nadado de muertito; sin resolver uno solo de los problemas de la ciudad. Peor aún, agravándolos.
Hoy, con Ramiro, la ciudad es más insegura, más sucia, más desordenada.
Y sí, como alcalde ha sido buena persona, condición que han aprovechado las malas personas tanto dentro como fuera del gobierno municipal para deteriorar aún más la ciudad.
Y sí, no se ha peleado con nadie, ni en su momento con la regidora Elisa Ayón, ni con los delincuentes, ni con los corruptos funcionarios, ni con sus ineficientes colaboradores, ni con las mafias de comerciantes ambulantes, ni con los voraces constructores, ni con la excesiva burocracia municipal, ni con…
Ramiro Hernández García entregará una Guadalajara peor que la que recibió.
Pero dentro de todo lo malo hay una buena noticia para los tapatíos, la luz al final del túnel: ¡ya mero se va Ramiro! El 30 de septiembre se acaba su lamentable administración.