Al calor de los acontecimientos muchas cosas se pueden decir, pero con la serenidad y calma de las horas y días transcurridos podemos ver mejor lo sucedido el sábado pasado por la noche en el Estadio Jalisco y analizar con detenimiento las reacciones generadas.
De entrada, como en aquella ocasión del accidente a las afueras de la Preparatoria 10 en donde una unidad del transporte público se fue contra los estudiantes que esperaban el camión, esta vez tampoco se hizo esperar la reacción oportunista de algunos políticos.
En aquella ocasión, algunos de éstos de inmediato quisieron resolver un agudo como añejo problema del servicio del transporte público en nuestra zona metropolitana, “sacándose de la manga” de inmediato propuestas de solución. No pocos se “colgaron” en aquella ocasión del dolor de los heridos y de la muerte posterior de una estudiante.
Hoy no fue la excepción…
Lo sucedido la noche del sábado debe llevar a acciones más de fondo que la simple declaración de lo que “debió hacerse” o lo que en adelante “debe hacerse”. Los lamentos, al paso del tiempo, de poco sirve.
Por el contrario, ante la gravedad de lo sucedido en el Estadio Jalisco el alcalde Ramiro Hernández García debe saber cuál fue la estrategia en materia de seguridad implementada ese día y quién fue el responsable de su pésima aplicación o fracaso, para de inmediato cesarlo, por duro que suene.
No es posible que los uniformados agredidos hayan denunciado que fueron dejados solos por sus superiores.
La magnitud de lo sucedido el sábado pasado ameritaba el cese fulminante del responsable de la estrategia, su operación y su fracaso. O que éste hubiese presentado su renuncia.
Las escenas en las que se observan la saña y el odio de los agresores de los policías son impactantes. En una de ellas se observa a un energúmeno recargarse en el barandal y saltar con los dos pies sobre el uniformado que yace prácticamente inconsciente sobre el caliente cemento de la gradería por la sangre ya derramada ahí.
Más allá de la violencia, lo que se refleja en esa imagen es el odio de los agresores hacia sus víctimas; un odio que se certificó al día siguiente con el cinismo con que los agresores presumieron al día siguiente en las redes sociales sus reprobables actos de la noche anterior.
Pero, por otro lado, habrá que investigar qué hizo el joven al que los uniformados golpearon hasta la saciedad antes de que se desatara toda la trifulca y cuyo video corre en las redes sociales. Ahí se ve que a éste joven los uniformados lo dejaron a punta de golpes cual bulto que arrojaron luego al pasillo, donde logra ponerse de pie y avalanzarse contra un uniformado, pero inmediatamente es sometido.
Son muchas cosas, pues, las que tiene que investigar la autoridad municipal y deslindar la responsabilidad que sus propios policías tuvieron para encender la “mecha” de esta barbarie.
Pero lo que no puede esperar es que sea sancionado el responsable de aplicar la estrategia de seguridad y que fue un rotundo fracaso, con las consecuencias ya por todos conocidos.
Si el alcalde Ramiro Hernández no da el “manotazo” tantas veces esperado -y demandado- en su equipo de seguridad, que no nos extrañe entonces que pronto estemos hablando de una nueva tragedia en la que intervienen los uniformados tapatíos.