Una de las notas destacadas en diversos medios de comunicación con la llegada de los nuevos gobiernos surgidos del Partido Movimiento Ciudadano fue la incorporación a la burocracia y a la nómina pública de algunos jóvenes “activistas”, decisión que ha generado polémica sobre si tomaron o no la decisión correcta.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la palabra “activista” de la siguiente manera:
“Agitador político, miembro que en un grupo o partido interviene activamente en la propaganda o practica la acción directa”.
Habrá que ver si quienes esos medios han definido como “activistas” y hoy son “funcionarios públicos”, para unos, y “burócratas, para otros, se encuadran en la definición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, porque todos ellos jamás se consideraron “agitadores” -¡Dios los libre-, “políticos” -creyendo que automáticamente serían identificados como “partidistas”-; tampoco los vimos participando en la propaganda de algo; y mucho menos en la práctica de una “acción directa”.
Todos estos “activistas”, o algunos de ellos, encabezaron o formaron parte de organizaciones “ciudadanas” que nunca hemos sabido cuántos integrantes tienen, quién los eligió o designó, cuándo se fundaron, qué objetivos reales y en concreto tienen, que logros han obtenido, quién supuestamente les dio la representación “ciudadana” que ostentaban…
Los vimos, sí, infinidad de veces en medios de comunicación haciendo declaraciones cual expertos en diversos temas, opinando qué debería o qué no debería de hacer el gobierno; proponiendo y criticando; cuestionando y señalando; dando conferencias y ruedas de prensa. Veían “los toros desde la barrera”. Los vimos y escuchamos hablar, hablar, hablar y hablar.
Hablaban bonito y “encantaron” a varios medios de comunicación que generosamente les otorgaron amplios y constantes espacios para que expusieran sus opiniones y puntos de vista. Pero nada más. Nunca los vimos hacer algo más que hablar… y algunos “pedalear”.
En el “círculo rojo” y sólo en un sector muy reducido de una parte, principalmente la poniente, de la zona metropolitana sabían quiénes eran esos “activistas”, porque su discurso lo dirigieron y concretaron a lo que sucedía únicamente al área donde ellos se movían y los conocían. Nunca se preocuparon, y ni siquiera opinaron, sobre los problemas y las posibles soluciones que padecían los habitantes del oriente o norte de la metrópoli, donde sin duda nadie sabe quiénes son esos “activistas” que algunos lamentan que hayan caído rendidos al encanto de la nómina, algunos, o del poder público, otros.
Entonces, ¿qué hay que lamentar? ¿Hay que lamentar que un puñado de jóvenes cuyo único mérito fue hablar bonito y ser “encantadores” de medios de comunicación se convierten ahora en funcionarios públicos? No, por supuesto que no.
Yo aplaudo que los nuevos presidentes municipales hayan llamado a todo estos personajes -que por supuesto no cubren la definición de “activistas”- que saben hablar “bonito” para que vivan la experiencia de que no es lo mismo “ver los toros desde la barrera” que estar dentro del redondel; que tienen la oportunidad de desmentir aquello de que “de lengua me como un taco”; que podrán demostrar de que son capaces de hacer, y hacer no bien sino excelente, aquello que desde la tribuna criticaban porque otros -esos otros llamados “políticos”- lo hacían.
Así, pues, no hay nada que lamentar; por el contrario, hay mucho que aplaudir. Nada se perdió, porque quienes ayer hablaban “bonito” hoy tienen la oportunidad de pasar de las palabras a los hechos.
Ah, y eso sí, no extrañarán los “reflectores” de los medios de comunicación porque seguirán siendo suyos, sólo que habrá una diferencia: ahora conocerán también el lado crítico de algunos de estos, porque otros medios seguirán “chiquiándolos” y no se atreverán a criticarlos porque son “nuevos”, porque no pueden cambiar en tres años lo que tiene muchos años; porque apenas van sumando experiencia, porque… no son políticos.
Pero yo insisto que varios de ellos vivirán la mala experiencia de que “más pronto cae un hablador, que un cojo”. Al tiempo.