En mayo de 2011, Enrique Alfaro Ramírez anunció su separación del Partido de la Revolución Democrática (PRD), al que ya no se había reafiliado, al tiempo de calificar de “mezquinos” a esos partidos que no aprobaron en aquellos tiempos las candidaturas ciudadanas. Seis años antes había renunciado a su militancia de una década en el PRI.
En abril del 2013, en el entonces programa de televisión “Palabras Mayores”, Alfaro Ramírez nos confesó:
“En lo personal no creo en los partidos políticos; sigo sin creer en ellos. Me parece que los partidos políticos no representan a una sociedad cada vez más compleja (…). Te lo digo en los siguientes términos: sabemos que tenemos que usar un partido político para competir (en las elecciones del 2015). Mientras no existan las candidaturas ciudadanas no queda otra opción…”.
De entonces a la fecha, en diversos foros y por diversos motivos, Alfaro Ramírez ha criticado y denostado a los partidos políticos “de siempre”, como suelen calificarlos los políticos del partido Movimiento Ciudadano. Incluso, su dirigente nacional, Dante Delgado, se “contagió” también de este térrmino y lo ha hecho suyo.
Sin embargo, conforme avanza el tiempo y contra lo que dice en su discurso, Enrique Alfaro se ha convertido en el mejor aliado y promotor de los partidos políticos, esos “de siempre” a los que descalifica como el instrumento para la solución de los problemas de México y del Estado desde el poder mismo. Incluso, es dueño de la franquicia de uno de ellos aquí en Jalisco.
A Alfaro Ramírez se le olvidó que llamó “mezquinos” a los partidos que no aprobaron en 2011 las candidaturas ciudadanas, como se le olvidó que declaró que mientrasn no existan las candidaturas ciudadanas no tenía otra opción que “usar” un partido político, en este caso Convergencia al que luego bautizó como Movimiento Ciudadano.
Y es que cuando se aprobaron las candidaturas independientes, Alfaro encontró otro pretexto para no ser candidato por esa vía. En una palabra, se “apanicó”.
El ejemplo o la muestra más contundente de que contradiciendo su propio discurso Enrique Alfaro es el mejor aliado y promotor de los partidos políticos de siempre, lo expresó apenas el martes pasado el dirigente nacional del Partido Acción Nacional, Ricardo Anaya, cuando argumentó que su presencia en el segundo informe del alcalde de Guadalajara era un reconocimiento al “papel decisivo” que el emecista había jugado en la conformación del denominado Frente Ciudadano por México, que integran los partidos “de siempre” PAN y PRD, y el partido propiedad del veracruzano Dante Delgado, Movimiento Ciudadano.
Anaya fue más lejos. Dijo que sin la intervención de Alfaro, quizás dicho Frente no se hubiese conformado.
Quién lo iba a creer: Enrique Alfaro jugó un “papel decisivo” para que tres partidos políticos -entre ellos el suyo- se aliaran para combatir al PRI y a Morena de Andrés Manuel López Obrador. Por supuesto que esta alianza al que más beneficia es a Movimiento Ciudadano sobre quien pende el riesgo de perder el registro a nivel nacional.
Incluso, el propio Alfaro cambió su discurso y matizó las otroras agrías críticas a los partidos políticos, al decir en su informe que “no hay partidos buenos y malos, sino los buenos y malos somos las personas”.
En este sentido vale preguntarnos: ¿Cuál es el objetivo de Enrique Alfaro para haber jugado un “papel decisivo” en la conformación de un Frente por parte de tres partidos políticos en los que hace 12 años dijo que “ya no creía”? ¿Qué pretende al haber impulsado una alianza entre esos tres partidos políticos a los que él y Dante Delgado consideran los causantes de todos los males habidos y por haber en el país? ¿Por qué jugó un “papel decisivo” en la alianza entre tres partidos políticos y no ha hecho absolutamente nada a favor de las candidaturas independientes o ciudadanas, apellidos con los que supuestamente él se identifica?
Sólo los ingenuos pueden creer en el discurso de Enrique Alfaro cuando él mismo con sus hechos se encarga de contradecir. Y esto no lo dicen sus detractores y malquerientes. No, con sus actos el propio aspirante a refundar Jalisco lo demuestra.
Ahí, pues, no hay vuelta de hoja.