No ha transcurrido ni un mes de la actual Legislatura -apenas van 22 días- y la fracción parlamentaria del PAN parece seguir los pasos de su antecesora que llegó a tener cuatro coordinadores con una característica convertida ya en una tradición blanquiazul: la guerra intestina.
La primera llamada de atención se registró en la elección misma de su coordinador, Gildardo Guerrero Torres, quien llegó como “tercero en discordia”, luego de que inicialmente esta responsabilidad era  disputada por el ahora presidente del Congreso, Hernán Cortés Berumen, y el vicecoordinador Juan Carlos Márquez.
Guerrero Torres finalmente fue elegido como coordinador.
Y muy pronto comenzó a padecer lo que hoy podemos denominar como el “síndrome del Coordinador panista”: la rebelión de sus correligionarios.
Eso lo padeció la pasada Legislatura Abraham González, primero; luego José María Martínez Martínez; posteriormente Gustavo Macías -a quien le tocó “pagar los platos rotos”- y finalmente José Antonio de la Torre.
El primer acto de esta rebeldía se dio cuando sus correligionarios le advirtieron a Gildardo Guerrero que no estaban dispuestos a renunciar a diversos privilegios de los que gozaron sus antecesores, como las casas de enlace, por ejemplo. Presionado por sus compañeros, Guerrero le pidió a Juan Carlos Márquez que fuera el vocero de la bancada ante el priista Miguel Castro para decirle que ellos no iban a secundarlos en el tema de la austeridad y de la renuncia a los apoyos ya presupuestados.
Juan Carlos Márquez se negó a ser el mensajero de una postura así.
El segundo acto de la rebelión panista se registró cuando aquel viernes las negociaciones, “estira y afloja”, discusión y hasta amenaza de ruptura dentro de la bancada panista, por el reparto de las comisiones legislativas, se alargaron hasta entrada la madrugada del sábado, cuando aparentemente todos quedaron conformes y convencidos de lo obtenido.
Sin embargo, no todo fue así.
El tercer acto no tardó mucho en llegar y fue cuando se sometió a votación la elección del nuevo secretario general del Congreso que Gildardo Guerrero negoció a favor de la fracción del PRD con la designación para el cargo de Marco Antonio Daz, del Grupo Universidad.
La inconformidad se reflejó en la votación de cuatro diputados panistas en contra de Daz, cuyos sufragios ofrecieron luego a Castro Reynoso para revertir la designación acordada por el bloque opositor. Pero ya era demasiado tarde.
Hubo un cuarto acto de esta rebelión panista: la obligada renuncia de César Medina como director de Asuntos Jurídicos del Congreso para entregarle esa posición al diputado Víctor Sánchez, quien colocó ahí a Raquel Álvarez Hernández con quien trabajó en la Procuraduría del Estado.
Con esto se trató de calmar las “aguas blanquiazules” al interior de la fracción, pero no fue suficiente.
Ayer Guillermo Martínez Mora, tras tomar posesión de la presidencia de la Comisión de Educación, reveló lo que ya no podía ocultarse: la inconformidad de algunos diputados con su coordinador Gildardo Guerrero.
De los 14 diputados panistas, seis ya “pintaron su raya” frente a su coordinador: el propio Martínez Mora, Ricardo Rodríguez -a quien se le identifica como el “cabecilla” de los rebeldes-, Jaime Díaz Brambila, Víctor Sánchez, Juan José Cuevas y Alberto Esquer.
Pero, ¿qué más hay detrás de esta rebelión de diputados panistas?