Durante muchos años en nuestro país la reeleción era un asunto “satanizado”, casi una “herejía” de quien se atreviera a convocarla o mínimo pronunciarla.
Grabada en la piel del país la famosa frase maderista de “Sufragio efectivo, no reelección”, se condenó fuerte y seriamente las tres ocasiones en que bastó insinuarla “entre líneas” para el caso del presidente de la República: primero, en el ocaso del gobierno de Miguel Alemán Valdés, luego en los tiempos del populismo de Luis Echeverría Álvarez, y más recientemente en el umbral del gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Hace apenas unos días, quien fuera diputado federal en tiempos del salinismo, me confesó que, efectivamente, entre algunos legisladores priistas de ese tiempo sí pasó por su mente modificar la Constitución federal para permitir la reelección de Salinas de Gortari, pero llegó el año fatal, el de las tragedias al unísono, 1994, y la simple idea se “sepultó”.
Ahora en el gobierno de Enrique Peña Nieto se superó el tabú de la “no reelección” y estamos ya en la antesala de la reelección de legisladores del Congreso de la Unión -diputados y senadores-, de las diputaciones locales y de los presidentes municipales. Hasta ahí.
Hubo incluso un actual legislador que en su momento consideró “muerta” cualquier posibilidad de permitir la reelección del Ejecutivo municipal, pues advirtió que eso significada dejar la puerta abierta para que más adelante se buscara y llegara la del Ejecutivo estatal y, posteriormente, la del Federal.
Sin embargo, los senadores y diputados dieron el paso y estamos en vísperas de que eso sea una realidad.
La verdad que es de aplaudir la decisión de nuestros legisladores de permitir, por fin, la reelección en el Congreso de la Unión: tres períodos de los diputados federales y uno de los senadores. (No entiendo por qué dicen que se aprobó la reelección de cuatro períodos de los diputados si una es “elección” y tres son “reelección”).
Pero reconocimiento extraordinario merecen al decidir que la reelección sólo pueda buscarse a través del mismo partido que los postuló para ese cargo, salvo que renuncie a él a más tardar a la mitad de su gestión (en este caso vale para legisladores federales, locales y alcaldes).
Y lo digo porque con esto se frena la ambición personal del legislador de brincar de un partido a otro, dejando de lado los principios y la ideología con los que todo buen político debe de fundamentar su participación política, y que, lamentablemente, hoy han abaratado o malbaratado en aras de satisfacer sus muy particulares intereses personales, aportando con ello su parte para debilitar al sistema de partidos que rige en el país.
Hoy vemos cómo un político -¿debemos llamarlo así?- cambia de ideología, principios y partido como cambia de calcetines. Su interés y ambición a eso los lleva, de ahí que colocar ese “candado” de que la reelección puede buscarse sólo a través del partido postulante inicialmente fue una decisión acertada.
Incluso, no debió de haberse flexibilizado al permitir que se buscase por la vía de otro partido, siempre y cuando renunciara al inicial a la mitad de su gestión. Pero inexplicablemente fueron los propios partidos políticos los que aplicaron esa exepción.
Los senadores aprobaron permitir la reelección de la Cámara de Diputados a partir del 2015; o sea, que los electos en ese año pudieran ya buscar ser reelectos en el 2018. Pero bien hicieron los inquilinos de San Lázaro de modificar los tiempos y definir que fuera hasta el 2018 para que entrara en vigor esta figura, pues con ello se arranca de “cero” en un proceso electoral donde se elegirá todo: Presidente de la República, senadores diputados federales y en muchos estados diputados locales y alcaldía.
Así, pues, la reelección ya es una realidad en neustro país, ahora resta a nosotros, los ciudadanos, no equivocarnos al momento de otorgársela a nuestros representantes.