A ver si usted entiende:
José María Martínez Martínez plantea desde el Senado de la República desaparecer las legislaturas plurinominales cuando él, precisamente, llegó de esa manera a la Cámara Alta.
Héctor Álvarez Contreras, diputado local e integrante de la 59 Legislatura, una y otra vez criticó a sus compañeros diputados por todas las anomalías administrativas y financieras; despotricó en contra la Legislatura de la cual forma parte.
Ante esta posición de tan ilustres personajes de la política jalisciense, ¿no era más honesto y congruente que ambos asumieran otra posición y no sólo recurrieran a la retórica mientras quincenalmente cobran su nada despreciable “dieta” legislativa?
Si no existiera la figura de senador plurinominal -que le permite al candidato llegar al Senado aun perdiendo-, “Chema” Martínez hoy estuviera “desempleado” y no habría asegurado su chamba por seis años. Ante su propuesta, todo indica que él no está de acuerdo con dicha figura, la del legislador plurinominal.
Y si es así, ¿por qué en un acto de honestidad y congruencia no solicitó licencia para no cargar con la “vergüenza” de ser un senador plurinominal, figura rechazada y repudiada por un enorme segmento de la población mexicana? Si deveras no está de acuerdo con la figura del legislador plurinominal, tiene al alcance el instrumento de la licencia.
Pero, ¡por supuesto que no la solicitará!
Ahora resulta que el diputado Héctor Álvarez, en un arranque de histrionismo tan característico en él, de un puñetazo rompió el vidrio que cubría su nombramiento -no el oficial, por supuesto- que se les entrega a todos los diputados para que lo cuelguen en su oficina (por cierto bastante feo).
“¡A la chingada…!”, gritó y le dio un puñetazo ante la sorpresa de los reporteros que cubrían su rueda de prensa y que le preguntaron qué era ese cuadro cuya carátula tenía contra la pared. “Lo tengo para rifarlo a ver quién lo quiere”, respondió palabras más, palabras menos.
“¿Quién lo quiere?”, preguntó a los reporteros. Por supuesto nadie dijo “yo” ni levantó la mano. Entonces ¡zas! vino el puñetazo y la exclamación: “¡A la chingada…!
¿Por qué si siempre se avergonzó de la Legislatura de la que forma parte, si nunca estuvo de acuerdo con la actuación de sus compañeros, en un acto de congruencia no solicitó lincencia al cargo para no cargar con la vergüenza de ser parte de una Legislatura tan criticada por la sociedad?