El gobierno de Jalisco, como el de muchos lugares del mundo, se debate por estos días sobre como resolver el problema de la difícil convivencia entre los taxistas tradicionales y los nuevos modelos como el de Uber.
Sin embargo, parece ser que lo que deberían estarse preguntando nuestros gobernantes es si no habrá llegado ya el momento de que el gobierno deje de regular este servicio de transporte en las ciudades.
Vamos por partes.
Hasta este momento, bajo la “regulación” del gobierno, los taxistas tradicionales vienen prestando un mal servicio, no cumplen con las normas vigentes, no es un buen negocio para los taxistas (sólo para unos cuantos acaparadores y para algunos funcionarios corruptos) y no habían encontrado una solución real y de fondo para modernizar y hacer viable el servicio. Todos los intentos hasta ahora pasan por las mismas fórmulas: que nada cambie para no molestar a los taxistas y permisionarios y que el gobierno pongan de su bolsa para cualquier intento de mejorar.
En contrapartida Uber ya demostró que el servicio sí puede ser de calidad, que puede ser rentable y que entre los prestadores del servicio y los clientes se puede auto regular el negocio. También demostró que la oferta puede y debe ser variada, para todas las necesidades y para todos los bolsillos.
Como reacción a esta nueva realidad, como ha sucedido en muchos lugares, el gobierno de Jalisco reacciona pensando políticamente y en lugar de poner en lo más alto los intereses de los usuarios pone los de los permisionarios y taxistas tradicionales, y su obsesión por el control.
Entonces, en lugar de aprender del nuevo modelo, que sí está funcionando bien, intenta meter a Uber al sistema “regulado” ¡que ya demostró su fracaso! Todo con el argumento de la legalidad.
Debemos recordar que en el pasado los gobiernos regulaban otra clase se servicios que hoy ya no están bajo la esfera del control gubernamental, porque la realidad fue demostrando que ya no era viable ni posible.
En realidad ya no existen razones de fondo para que el gobierno siga regulando el servicio de taxis o transporte privado de personas.
Las nuevas condiciones tecnológicas y sociales hacen posible que los gobiernos renuncien a una atribución que no han sabido ni saben administrar y que dejen que el mercado lo auto regule.
Ni los pretextos de la seguridad, calidad, orden, número máximo de taxis se pueden argumentar, porque ya han demostrado que son incapaces para garantizarlos.
Ya sé que suena raro pensar en que el gobierno deje de regular algo, sobre todo cuando se trata de este tipo de servicios públicos, pero la nueva realidad obliga a innovar y no a mantener las cosas como están. ¡Sobre todo cuando no están funcionando bien!
Repito, Uber ya demostró que el servicio de taxis puede ser bueno, seguro y accesible para todos los bolsillos, además de ser negocio. ¡Y sin que el gobierno meta la mano ni dinero!
Por eso creo que lo que deberíamos estarnos preguntando no es cómo regular a Uber, sino cómo empezar a desregular el servicio de taxis tradicionales, para que éstos aprendan y se beneficien del modelo de Uber.
Regular a Uber es echar a perder un modelo que está funcionando bien. Desregular a los taxis tradicionales es darles la oportunidad de modernizarse y convertirse en una buena opción de servicio y de negocio.
Insisto, la solución se ve más fácil cuando se anteponen los intereses de los usuarios a los de los permisionarios, malos taxistas, funcionarios corruptos y gobernantes con obsesión controladora.