¿Cuál será la tónica que veremos en la relación política-institucional entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el gobernador Enrique Alfaro Ramírez en su segundo año de gobierno, a partir de enero del próximo año que ya lo tenemos a la vuelta de la esquina?

Ya confirmamos que la del enfrentamiento del Ejecutivo estatal con el Federal no dio los resultados esperados, pero tampoco los dio el de una relación tersa, de búsqueda de la reconciliación, de respeto a los ámbitos de gobierno y a las tareas de cada uno de ellos, el del mensaje del “en Jalisco queremos ayudarle al presidente a Transformar a México…”. ¿Entonces?

López Obrador arrancó su segundo año de gobierno con un multitudinario evento en la plancha del Zócalo donde nos dejó muy claro que con su proyecto de la 4T va derecho y no se quita, que nada lo hará desviarse de “su” rumbo hasta lograr los objetivos marcados en su proyecto… al costo que sea.

Alfaro Ramírez decidió irse a España el día en que cumplió sus 365 años de gobierno, a un evento internacional en representación de los gobernadores del país que tiene que ver con el cambio climático. Al parecer cumplir un año en el gobierno -a diferencia de otras ocasiones-, no le significó nada porque no hay nada que festejar. Andrés Manuel consideró que sí había que festejar, Enrique no. Y tiene razón.

Alfaro inició su primer año de gobierno enfrentándose al gobierno federal por el recorte presupuestal para 2019, pero modificó su conducta en aquella visita que hizo a Palacio Nacional el 14 de febrero, prevía escala en la Secretaría de Seguridad, pero lo cierra con una “declaración de guerra” lanzada al lópezobradorismo en un acto de trascendencia internacional como la Feria Internacional del Libro.

Y en este escenario nos encontramos, como inició el sexenio: el alfarismo enfrentado al lópezobradorismo.

Pero Alfaro no ha encontrado otro gobernador que le haga “segunda”, no tiene aliados que lo acompañen en una batalla que podemos decir es justa, pero que no ha encontrado el camino correcto para obtener el mayor provecho posible por conseguir mayores recursos económicos. Nadie se quiere pelear con el Presidente. Así de sencillo.

Sin embargo, a diferencia de la relación de López Obrador con los demás 31 gobernadores, en la que mantiene con el de Jalisco hay un ingrediente muy especial, muy particular, que no tiene con ningún otro mandatario estatal y que me hace presumir que los siguientes cinco años serán muy complicados, tensos, fríos: ambos alguna vez fueron aliados políticos-electorales, hicieron campaña juntos en 2012, pero en ella se atravesó una palabra que Andrés Manuel tiene muy bien registrada y que no olvida… ni olvidará: traición.

Rosario Robles hoy paga las consecuencias de algo similar…

Esa es la gran diferencia entre la relación del presidente de la República con 31 gobernadores y la de López Obrador con Alfaro Ramírez. Y señales de ello hay muchas, por más que en las visitas presidenciales se nos pretenda hacer creer que entre ellos no hay problema alguno y que si los hubo ya quedaron atrás. Nada de eso. En los hechos se demuestra lo contrario.

El grito que lanzó Alfaro en la FIL es una muestra de la desesperación por verse ignorada en el gobierno federal su petición de apoyo, aún y con la visita de miembros del gabinete lópezobradorista que lo único que dejan son promesas, así sea el propio secretario de Hacienda, como la titular de Economía, el secretario de Seguridad o el propio jefe de Gabinete.

Por eso insisto que la palabra “traición” con la que el propio López Obrador en campaña explicó la razón del rompimiento con Enrique Alfaro, hoy está pesando mucho en Jalisco y para los jaliscienses, y seguirá pesando en los próximos años… a menos que haya una sorpresa.

Así, pues, el miércoles estará el gobernador de regreso en Jalisco, ojalá y pronto conozcamos qué costó tendrá su discurso de la FIL, para saber a qué atenernos el próximo año, el segundo de su sexenio.

Al tiempo.