Liberales y conservadores han protagonizado la historia de las luchas ideológicas de toda la humanidad. El siglo 21 no tendría por qué ser diferente.
La actual discusión en México ha puesto de nueva cuenta en una esquina a los liberales que buscan que se reconozca en la Constitución el derecho de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero a contraer matrimonio, a formar una familia y a adoptar hijos.
En la otra esquina están los conservadores que por ningún motivo aceptan esas reformas y que, por lo contrario, quieren un texto constitucional que no sea ambiguo y que expresamente señale que el matrimonio, las familias y la adopción solamente se pueden dar entre parejas heterosexuales.
Quienes han salido a la calle y quienes han tomado las redes sociales y los medios tradicionales en estos días son quienes no aceptan la visión del otro por ningún motivo. Y es que entre liberales y conservadores hay grupos radicales que no aceptan matices de grises entre el blanco y el negro.
Nuestro problema en México es que nuestra Constitución ha sido ambigua en este sentido. No es ni liberal ni conservadora, sino una mezcolanza.
Y aunque las posiciones radicales del bando liberal y del conservador siempre han existido, hasta hace poco se mantenían latentes y un tanto silenciosas. Han sido las resoluciones de la Suprema Corte de Justicia y algunas reformas estatales, que ya han empezado a autorizar los matrimonios igualitarios los que prendieron los focos rojos al lado conservador. La despenalización del aborto en la Ciudad de México había sido también un llamado de alerta para estos grupos.
Pero fue la iniciativa del presidente Peña Nieto para reformar la Constitución y el Código Civil Federal la gota que derramó el vaso y que movilizó a los mexicanos conservadores.
Ahora han tomado el espacio público dos grupos radicales que no tienen punto de encuentro. Ninguno de los dos bandos quiere ni puede encontrar puntos de coincidencia, espacios o ideas comunes. La lucha no se centra en el debate de las ideas sino en la descalificación del otro. No se busca la conciliación sino la imposición de una idea sobre la otra.
En esta lucha, por radical, no hay espacios para un acuerdo ganar-ganar.
Peña Nieto, al enviar su iniciativa, golpeó el avispero. Cuando vio la reacción conservadora reculó: mandó a los coordinadores priistas a congelar su propia iniciativa. Pero la confrontación ya estaba motivada y era imparable.
La pugna no tiene visos de terminar pronto. Por lo menos no antes de las elecciones del 2018.
Ambas partes mantendrán sus movilizaciones, sus presiones y su cabildeo porque unos quieren tener una clara Constitución liberal y otros la quieren conservadora.
Para Peña Nieto y el PRI, como para los demás partidos políticos, ya no hay manera de quedar bien con ambos lados. Ahora sí llegó la hora de tomar partido o de quedar mal con todos.