México vive una grave crisis política y de gobernabilidad, lo quieran o no reconocer quienes pertenecen a la clase política.
La corrupción y la impunidad llevaron a este país a una descomposición tal que prácticamente no hay un rincón del país que no padezca niveles serios de inseguridad y o de ingobernabilidad.
La crisis provocada por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y las severas dudas sobre la honestidad del Presidente Enrique Peña Nieto y su entorno familiar son la gota que derramó el vaso, que se fue llenando durante décadas de abusos y corrupción. Fueron el grado que faltaba para que el agua hirviera.
Violencia, inseguridad y corrupción regadas por todos el país, con el concurso de todos los partidos políticos, hacen de estás condiciones momentos decisivos para los mexicanos.
Ante esta situación, donde no hay un partido político que se salve de la pudrición, y en la que parece difícil encontrar la punta de la madeja enredada para empezar a revertir el largo proceso de degradación, México se enfrenta ante tres opciones en su futuro:
1. El caos. Escenario posible en la medida de que la clase política siga cerrando los ojos ante la delicada situación social y política, y su falta de legitimidad y capacidad la hagan incapaz de imponer el orden y la ley.
El crecimiento de las protestas, el mantenimiento de la violencia que sigue regando sangre por todo el país, la aparición de más escándalos de corrupción, el descubrimiento de más casos de nexos política-crimen organizado, la tardanza de la justicia y el mantenimiento de la impunidad pueden incrementar el desorden provocado por la creciente inconformidad social y lograr la inviabilidad de las instituciones.
Hasta hoy la insensibilidad que han mostrado los gobiernos y las cúpulas partidistas, en su obsesión por mantener sus cotos de poder y sus privilegios sin cambiar de fondo las cosas, sigue empujando a una parte de la sociedad hacia esta vía.
2. Que las cosas sigan igual. Una segunda opción consiste en que la clase política cierre filas en torno del Presidente Peña Nieto y los grupos tradicionales del poder, con el concurso de los medios de comunicación, y logren disminuir otra vez, temporalmente, los efectos de la inconformidad social.
En esta condición las cosas seguirían igual y la clase política no habrá más que pasado por un susto y un mal rato.
La sociedad, por supuesto, seguiría igual.
Crecer el discurso de “ahí vienen los violentos”, “en el caos perdemos todos” o “es una estrategia de López Obrador para hacerse del poder” ayudaría a asustar a la sociedad inconforme, que guardaría otra vez su rabia hasta el próximo escándalo, abuso o grave derramamiento de sangre.
La corrupción, la violencia y el desgobierno no desaparecerían y empezaría otra etapa de incremento de la inconformidad hasta la siguiente condición en la que vuelva a tener momentos de erupción.
3. Aprovechar la coyuntura para hacer cambios de fondo. La más deseable. Implicaría el reconocimiento de la clase política actual de que las cosas están a punto de salirse de control, que enfrentar esta crisis no implica otras reformas de maquillaje ni la firma para la foto de un pacto en Los Pinos, ni el “blindaje” de la elección del 2015, sino el verdadero rediseño general del país.
El Presidente Enrique Peña Nieto y lo poco “rescatable” de la clase política nacional todavía tienen la oportunidad de convocar a la refundación constitucional e institucional del México del presente y del deseable mejor futuro.
Una amplia convocatoria para repensar, frente a la página en blanco, el modelo de país que la mayoría de los mexicanos quiere, y en la que los partidos políticos no tengan el control ni las condiciones del agandalle, permitiría recuperar la unidad nacional y sumar los esfuerzos para construir un país donde verdaderamente se combatan la violencia, la inseguridad, la corrupción y la impunidad. Un país que le devuelva la esperanza a sus habitantes.
A la clase política se le acabó el tiempo para haber hecho estos cambios por sí misma. Ahora sólo es posible con el concurso amplio de la ciudadanía.
Un nuevo Congreso constituyente sin mayoría de los partidos, ¿por qué no?