Por Hugo Luna
Hace unos días el gobierno estatal le obsequió al Nuncio Apostólico, Christopher Pierre; unas esculturas de uno ángeles, un nacimiento y un árbol navideño elaborados por artesanos locales con motivo del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre El Vaticano y nuestro país hace 15 años.
Pero vale la pena hacer un “corte de caja” de este ejercicio, a la fecha podemos constatar cambios importantes en los vínculos entre México y el Vaticano. Las transformaciones son notorias, más en el caso de nuestro país, que transita entre “sombrerazos” en la búsqueda de una convivencia social más democrática; el viejo presidencialismo y el sistema corporativo de partido único ha terminado, dada la alternancia en el poder. Sin embargo, aún no está claro el camino y predomina la incertidumbre.
Mientras el Vaticano cuenta con un nuevo pontífice que guarda consonancia y continuidad con el largo pontificado de Juan Pablo II, los cambios de Benedicto XVI se notan más en la forma que en las grandes líneas programáticas de su antecesor.
El 21 de septiembre de 1992 la Secretaría de Relaciones Exteriores anunciaba el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano, se cerró un capítulo en la historia del país. Quedaban atrás disputas y alejamientos con la Santa Sede que se remontaban al siglo XIX. Era el México gobernado por Carlos Salinas de Gortari quería mostrar al mundo, en vísperas del Tratado de Libre Comercio, una supuesta madurez de una nación que quería ser plural y tolerante.
Salinas de Gortari nunca imagino el manejo político de este acto, pues tan sólo un año después el confuso asesinato del cardenal Posadas contó con la paciencia y benevolencia de Roma ante este primer magnicidio que cimbró las estructuras políticas de México. Posteriormente, durante el levantamiento zapatista de 1994, el gobierno mexicano contó con el apoyo de importantes sectores del Vaticano para acotar y presionar contra el protagonismo que adquirió en ese entonces el obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz. El gran operador del Vaticano fue el polémico Nuncio Girolamo Prigione, hombre de Iglesia que formaba parte de la elite salinista y promotor del mismo al interior de la Iglesia.
A 15 años de distancia, las condiciones no nada más han cambiado, sino que requieren innovación tanto de percepción como en la práctica de los actores. El fenómeno más importante de la sociedad moderna mexicana es la secularización.
La secularización no es sólo la pérdida de creencias religiosas ni la aparición de nuevos valores profanos o racionalistas; tampoco es sólo la pérdida de centralidad de las instituciones religiosas. El principal rasgo de la secularización en la sociedad mexicana radica en que la religión mayoritaria, el catolicismo,   está dejando de ser el factor envolvente y central que otorga sentidos y legitimidades a la cultura. El catolicismo se está convirtiendo en un importante elemento que, entre otros, permite que la sociedad se desarrolle e integre con mayor pluralidad y tolerancia no sólo en el campo religioso, sino en la cultura.
El factor religioso mexicano se viene fragmentando a través de distintas y competitivas ofertas religiosas en un “mercado de creencias” más diversificado y exigente; esta pluralización religiosa que experimenta nuestra realidad se integra a un proceso que posibilita la aparición de modalidades religiosas como “fe a la carta”, new age, nuevos movimientos religiosos de carácter pentecostal y el ascenso de poderosas religiosidades populares como la Santa Muerte.
A 15 años de distancia da la impresión de que existe una disfuncionalidad entre las grandes líneas de interés del Vaticano y la capacidad real de los actores religiosos más visibles de la Iglesia mexicana.