Por Julio César Hernández

Durante su sexenio (1971-1977) Alberto Orozco Romero mandó construir Casa Jalisco para convertirla en la residencia oficial del Gobernador. Quizás entonces nunca se imaginó que este inmueble sería ocupado por un Mandatario surgido de las filas de un partido diferente al suyo, el Revolucionario Institucional.

Impensable que algún día sus paredes “cobijarían” a un gobernador, y su familia, del Partido Acción Nacional. A partir de 1995, a la fecha, han sido gobernadores panistas los que la han habitado. Tampoco pensó, en aquellos años, que esta casa sería motivo de polémica y escándalo.

No se imaginó que sería noticia de ocho columnas por lo invertido en su remodelación, en tiempos de Francisco Ramírez Acuña, o porque presuntamente se pretendía construir en ella una cancha de squash, como se reveló recién llegó a habitarla el gobernador Emilio González Márquez.

Nunca supimos qué pensaba don Alberto de todo este asunto, pues finalmente su prudencia siempre salió a relucir. Ni un comentario público al respecto. Quizás en alguna ocasión simplemente sonrió al atestiguar las rebatingas que provocaba Casa Jalisco.

Pero Casa Jalisco fue simplemente una obra más de las muchas que realizó durante su gobierno. Repasar los logros de su gobierno nos hace confirmar lo rezagado que se han quedado no pocos de sus sucesores al frente del Poder Ejecutivo estatal en el rubro de la obra pública.

Y estamos hablando de obras como las avenidas Patria y México; el inicio del anillo periférico -que sus sucesores no han sido capaces de concluir-; la Unidad Administrativa, allá en la glorieta de La Normal, que aun sigue albergando oficinas del gobierno estatal.

Pero no basta enumerar el número de obras sino la calidad de las mismas, que contrasta con la de muchas de las realizadas posteriormente y que en no pocas ocasiones han salido más caras después de concluidas por las constantes reparaciones.

Sin menoscabo de algunos otros más, don Alberto Orozco Romero era de los políticos más rentables para el PRI. Sus adversarios políticos dentro -si es que los tuvo- y fuera del Revolucionario Institucional lo respetaban y le reconocían.

Era un hombre de palabra que generaba confianza y en no pocas ocasiones recurrieron a él para que fungiera como árbitro, porque conocían de su imparcialidad. Ahí está el último cargo que cumplió en el PRI: presidente de la Comisión de Procesos Internos. Nunca se conoció de un reclamo o reproche de parcialidad.

A lo largo de su carrera política supo labrarse un presente y un futuro de hombre de bien. Y hoy, al paso de los años, su pasado se le reconoce y se le valora.

Don Alberto Orozco Romero supo ser amigo y hacer amigos. Y hoy sus amigos, y quienes no lo fueron pero lo conocieron, lo recuerdan y lo llevarán en su memoria.

Para Alberto, su hijo, con quien nos une una excelente amistad, y a toda su familia, nuestro más sincero pésame desde este espacio.