A Gildardo Gómez Verónica lo conocí recién llegué a Jalisco allá por 1985, particularmente cuando formó parte del cuerpo edilicio del entonces presidente municipal Eugenio Ruiz Orozco.
Prácticamente durante su trienio en el Ayuntamiento de Guadalajara disfrutamos de una broma que surgió de un hecho serio y real: la confusión que hacía del colega José Carlos Legazpi con el autor de esta columna.
Cuando se encontraba a Legazpi en los corrillos o en su cubículo del Palacio Municipal  lo saludaba llamándolo “Julio”. Cuando era yo quien lo buscaba para una entrevista o coincidíamos en las escalinatas o en el pasillo, me saludaba llamándome “Carlos”.
José Carlos y quien esto escribe un día decidimos ir juntos a su oficina y en la puerta le preguntamos: “A ver regidor, ¿quién es quién?” Y soltó una sonora carcajada que los tres celebramos.
Gómez Verónica era de esos panistas de los que sabíamos que nos iba a “dar nota”, que nos haría declaraciones interesantes e inteligentes, y que no dejaría pasar la oportunidad de darle su “raspón” al gobierno del alcalde Ruiz Orozco.
Ah, pero Gómez Verónica era también de esos panistas –junto con Héctor Pérez Plazola, Gabriel Jiménez Remus, Miguel Ángel Martínez Cruz, Manuel Baeza González y otros- con los que era una delicia platicar “fuera de grabadoras”.
No tanto porque decía lo que no podía declarar en una entrevista porque fuera políticamente incorrecto; no, sino porque platicar con él era todo un aprendizaje, particularmente para reporteros jóvenes como éramos nosotros, que por aquella década de los ochentas comenzábamos a dar nuestros primeros pasos en el terreno de la política.
De veras. Platicar con Gildardo Gómez –oportunidad que pude seguir cosechando cuantas veces más fue diputado local- era muy agradable, era una delicia, sí podemos decirlo de esta manera.
La última vez que lo saludé y quedamos de vernos después para tomarnos un café y platicar –cosa que lamento no pudo concretarse-, fue cuando en La Estación de Lulio, allá en Libertad y Chapultepec, me lo encontré con el entonces futuro secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña.
Cómo olvidar que fue Gildardo Gómez Verónica quien acuñó el calificativo de “novatadas” a las acciones del primer gobierno estatal panista que encabezaba Alberto Cárdenas Jiménez.
Quienes lo entrevistamos en aquella ocasión en los pasillos del Congreso del Estado, nos causó gracia su expresión, no aguantamos la risa, pero Gómez Verónica aprovechó para decir –y esa fue su intención- una gran verdad que fue respaldada por los panistas de su corriente que, de alguna manera, además, se sintieron excluidos del primer gobierno estatal que lograba Acción Nacional.
Pero Gómez Verónica siempre fue claro en sus decires, en sus declaraciones. Era cuidadoso en el manejo de sus palabras, las pensaba, las meditaba, pero era contundente con lo que salía de sus labios.
Como lo que les dijo a casi un centenar de panistas reunidos en el Comité Municipal de Guadalajara, con motivo de los 70 años del partido, el 19 de septiembre de 2009: La división del PAN, confesó, “es asquerosa, me da vergüenza”, y achacó la derrota panista de aquel año, además de factores externos, a la famosa “encuestitis” emprendida por su partido.
Recriminó que el PAN se haya decidido más por hacer encuestas para encontrar candidatos rentables, dejando de lado a miles de militantes que el día de las elecciones decidieron no salir a votar “por un partido que los marginó y los echó fuera”.
Y cerró su participación con un llamado que, al parecer, no fue escuchado tres años después: “Debemos desterrar la soberbia, ser humildes, servir y no buscar chambas ni posiciones…”.