Julio César Hernández
Muestra de que nuestros diputados hablan por hablar y de que muchas ocasiones cuando lo hacen no saben por qué lo hacen ni sobre qué lo hacen (¡ja! ¿me entendieron?), son las declaraciones que los diputados Raúl Vargas López y Roberto Marrufo Torres hicieron sobre la compra que el Auditor Superior del Estado hizo de un terreno anexo a la sede de la Auditoría.
Sobre esta compra, según se publica hoy, Vargas López expresó:
“No nos consultó. Yo no sabía de esa compra y mucho menos de esa cantidad, sé de los avalúos a raiz de la nota (¡!). Pero ni la Comisión de Administración (que él preside) ni el Comité de Adquisiciones estaba informado (recontra ¡!)…”.
Y para no quedarse atrás, Roberto Marrufo señaló: “Si fue de esa manera (como dice el matutino de la compra), hay una irregularidad y tiene que corregirse…”.
Asegura el periódico que Marrufo también confesó que “´´el tampoco fue informado previamente de la adquisición ni sabe para qué se destinará el terreno…”.
Vargas dice que sabe del avalúo “a raiz de la nota”. ¿Qué no leyó el oficio que le envió el propio Auditor Superior del Estado donde les notifica al respecto?
Pero la ignorancia de ambos se confirma cuando reclaman que no se les consultó ni fueron informados previamente de la compra. ¿Qué no han sido notificados -ni de eso se enteraron antes de asumir el cargo-, de que la Auditoría Superior del Estado cuenta a partir de 2009 con personalidad jurídica y patriomonio propio, por lo que no está obligada a consultarles, solicitarles o notificarles previamente de las adquisiciones que haga?
Pero no sólo eso. ¿Qué acaso no leen o nadie les informa del contenido de los estados financieros que mes a mes la Auditoría Superior le hace llegar al Congreso -debería de hacerlo, por supuesto-, donde deben de estar los pormenores del manejo que hace de los recursos y, por lo tanto, debería de estar anotado lo correspondiente a la compra del predio?
Señores diputados -todos-, por favor ya no sigan haciendo el ridículo hablando por hablar sin antes enterarse o, cuando menos, pedirle a sus asesores -¿entonces para que les pagan?- que los pongan al corriente de los asuntos.
Por favor, ya desmonten ese “escenario del absurdo”.