Por Hugo Luna
¿Qué tienen en común México e India?  Casi nada… Salvo el talento, la gran tradición y las decenas de miles de personas que viven de las artesanías.
India tiene 7 millones de artesanos y exporta 2,000 millones de dólares en artesanías por año. En México contabilizamos 8.5 millones de productores artesanales y exportamos apenas 238 millones de dólares anuales, Jalisco registra 3 mil artesanos y contribuimos con el  l 0% de las exportaciones nacionales.
India ha creado un seguro de gastos médicos para todos los artesanos; trabaja en el desarrollo de proveedores de calidad y tiene un programa de capacitación en diseño, producción eficiente y comercialización.
En contraparte, la actividad artesanal estatal adolece del anterior esquema de articulación productiva. Porque no se tiene el respaldo económico y la piratería es otro flagelo.
Un acierto de las autoridades hindús para apoyar a sus artesanos es convocar a 40 diseñadores de Italia, Indonesia y Japón, anualmente, para renovar sus modelos.
Aquí con dificultades se cuenta solamente con cuatro casas de los artesanos, seis comisiones de artesanías, además de un bagaje con 60 técnicas artesanales y  106 municipios dedicados a la producción artesanal.
Ellos aspiran a que sus artesanos se conviertan en grandes empresarios, en Jalisco sólo a que sobrevivan.
Además van por todo el mercado, sino al de la clase media alta o alta. Nuestra perspectiva apenas alcanza a llegar con el vecino país del norte.
En México, la artesanía es cultura. No es poca cosa, pero no basta.
La estrategia de Fonart no está encadenada con la Secretaría de Economía, Financiera Rural, mucho menos, al Conacyt. Fuimos una potencia mundial en artesanías, pero estamos asistiendo a la crónica de una muerte anunciada.
China nos vende sarapes de Saltillo, guitarras de Paracho y talaveras de Puebla. En Tlaquepaque venden productos indios o chinos y en Tonalá también.
Lo mexicano pierde terreno. Ser artesano es un acto heroico. Por desgracia, ser héroe ya no está de moda.