Por Hugo Luna

 

Las costas jaliscienses están a unos pocos metros sobre el nivel del mar, y buena parte ni siquiera llega a esa altura. El agua, que también de manera natural baja de las tierras altas de las zonas serranas, crea una triangulación entre los brazos de la desembocadura de los ríos asentados por el rumbo. Esta circunstancia, en la perspectiva de los cambios climáticos que apenas inician a entender, no es promisoria.

La Comisión Intersecretarial de Cambio Climático destaca que México es uno de los países con más zonas costeras expuestas a los fenómenos meteorológicos extremos y que una condición fundamental para garantizar la sustentabilidad de las poblaciones consiste en salvaguardar la integridad de los ecosistemas y de los servicios ambientales que hacen viable el desarrollo económico y social.

Recordemos los daños que ocasionó el huracán Kena en estos lugares hace dos años, fueron un anticipo de lo que puede ocurrir en forma recurrente de continuar la desmedida quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas) y la deforestación, condiciones que propician el cambio climático.

Por su ubicación, las playas de Jalisco y de la región se han convertido en zonas inseguras frente a los fenómenos metereológicos extremos, todas las especies de animales que habitan bosques templados y semitropicales corren peligro de extinción, y el 47 por ciento de las áreas de cultivo de maíz podrían perderse si no se toman medidas que partan de la alta vulnerabilidad de nuestra demarcación y no del negocio que pueda este ocasionarle.

Es importante tener una visión de largo plazo en cualquier decisión de política pública. No basta resolver los problemas de hoy, sino que se debe considerar la posible evolución de las causas. Con base en ello, hay que evaluar si la cantidad de recursos necesarios para evitar futuros desastres tiene sentido o no. En ocasiones, hay que reconocer que la naturaleza es muy superior a nosotros.