Hace mucho tiempo -y lo aseguran los viejos de la comarca, que ya es mucho decir- que un gobernador en Jalisco no llegaba a su segundo informe de gobierno con tanto desgaste y frentes abiertos como llega hoy Enrique Alfaro Ramírez, quien a las nueve de la mañana se apersonará en el Congreso del Estado para entregarlo.
Llega en medio de la activación de un botón de emergencia que ha generado, concretamente en el renglón del transporte público, mayor concentración de personas que fue lo que se quiso evitar, y con la terquedad de no querer modificar esta errática estrategia; con más de un centenar de muertos -109- por Coronavirus en las últimas 48 horas; con un incremento de contagios que no coincide con el optimista discurso oficial; con una abierta y frontal ruptura con el presidente López Obrador; y con la amenaza de hasta crear su propio Sistema de Administración Tributaria de Jalisco si el gobierno federal no cede a su exigencia de una mayor equidad fiscal.
Sin contar, por supuesto, con los ya de por sí agudos problemas de inseguridad pública, un Semefo atestado de cadáveres, la interminable aparición de fosas con restos humanos y otros más a los que no se les ve pronta solución.
Pero un punto que no podemos perder de vista -y que hemos subrayado mucho aquí en Marcatextos– es lo mucho que en apenas dos años Jalisco ha perdido o dejado de ganar por el enfrentamiento del gobernador Alfaro con el presidente López Obrador, por mucho que en sus discursos y video regaños insista en que no quiere pelear con el gobierno federal y que su único interés es defender los intereses de los jaliscienses, porque desgraciadamente ha resultado contraproducente.
Sin llegar a los extremos de la mala relación que hoy existe entre el gobernador y el presidente de la República, lo más cercano que vivimos en años recientes al escenario actual fue durante el gobierno del finado Guillermo Cosío Vidaurri y de Carlos Salinas de Gortari. Era sabido por todos que la relación entre ellos no era buena, pero en dos años el presidente ya había visitado el estado dos o tres veces más que lo que lo ha visitado López Obrador, y se había aplicado en muchas regiones del estado el famoso programa Solidaridad.
Resultado de esa mala relación entre Cosío y Salinas fue la licencia del mandatario estatal tras las explosiones del 22 de abril, que fue el pretexto que encontró el segundo para lograr que el primero dejara el gobierno, en medio también de la presunta integración de un bloque de gobernadores que no estaban muy de acuerdo con el salinismo, pero que el presidente supo desactivar pronto.
Hoy la relación entre el gobernador de Jalisco y el presidente de la República parece que se ha manejado más con el hígado que con el cerebro, y el estado y los jaliscienses han pagado los “platos rotos”. El problema es que este asunto ha llegado al extremo actual… en apenas dos años. Y restan aún cuatro más.
Pero reitero: el informe de Enrique Alfaro no debe ni puede centrarse en su diferendo con el gobierno federal. Lo que se espera de él es una autocrítica de lo que se ha hecho mal, se ha dejado de hacer o no se ha podido realizar, más que el que nos pinte un escenario “color de rosa” y pretenda consolarnos con el cuento de que hay otros estados en condiciones peor que Jalisco, como podría ser el caso de la Ciudad de México con el que tanto le gusta compararnos.
Así, pues, no resta sino esperar la rendición de este informe que, además, se presentará en medio del fracaso, en tan corto tiempo, de otra promesa que quedó en el discurso: la lucha contra la corrupción, donde los organismos creados para combatirla resultaron ser lo mismo, o peor, que “la carabina de Ambrosio”.