Por José Antonio Elvira de la Torre

Todos los plazos se cumplen y todas las horas llegan. Este primero de octubre marcó el inicio del primer gobierno en la historia de nuestra República en que una mujer será la Jefa del Poder Ejecutivo Federal. Este hecho es en sí mismo un acontecimiento importante, no sólo por lo que significa en términos de evolución de nuestra forma de entender y vincularnos con lo político, sino por ser el inicio de una nueva gestión gubernamental que enfrenta las enormes expectativas y retos de superar, por un lado, la exclusión de una buena parte de las opiniones e intereses de quienes integran esta comunidad, pero no son representados políticamente por el partido gobernante en turno y, por la otra, generar la mayor utilidad posible en la vida de las personas, más allá de simpatías o militancias políticas.

El mensaje político de “respetar las libertades y gobernar para todos” es un buen gesto que, no obstante, para no terminar siendo un mensaje vacío como el del inicio del anterior sexenio, debe traducirse en acción política concreta que, en estos momentos, por desgracia no tiene incentivos suficientes para llevarse a cabo. Justamente en este árido escenario para la deliberación y la búsqueda de acuerdos, en donde el desvanecimiento de los contrapesos y controles institucionales al ejercicio del poder son la regla del intercambio político y que hace innecesarias les negociaciones entre las diversas fuerzas políticas, es cuando más se hace necesario un liderazgo diferente, democrático e incluyente.

Es prematuro establecer si la nueva Jefa del Estado mexicano ha mostrado en apenas estos tres días en el cargo un “estilo propio”. Los mensajes inaugurales de su presidencia, tanto el formal en el Congreso como el informal en el Zócalo, no pueden ser tomados como evidencia inequívoca, ni de que será sólo una copia de su antecesor, ni de que hará todo diferente y bajo sus propios parámetros. Ni una cosa ni otra son posibles. No es esperable que se deshaga del vínculo con el anterior Presidente, pues le es de enorme utilidad en una buena parte de la ciudadanía, pero, sobre todo, con los integrantes de su partido y aliados. Tampoco es factible argumentar que no tendrá ningún margen para impulsar políticas y programas que son de su particular interés.

No será una tarea fácil navegar en un ambiente en el que el antecesor en el cargo es también el líder fundador y principal figura política de su partido que, además, seguirá contando con amplia influencia en muchos de los integrantes de ambas cámaras del Congreso de la Unión y de quienes ejercen las gubernaturas de los estados. Pero tampoco será una tarea imposible encabezar una mejor gestión gubernamental en temas tan importantes como salud, ciencia y tecnología, educación, medio ambiente y energía, inversión pública, entre otros. En la medida que la titular del Ejecutivo federal mantenga su vínculo discursivo y reconocimiento al trabajo de su antecesor, ampliará su liderazgo y margen de acción política al interior de su propio partido. De la misma forma, en la medida en que su gobierno comience a generar resultados positivos ampliará su liderazgo y margen de credibilidad ante la ciudadanía y los partidos de oposición.

Para quienes observamos y comentamos, el reto será analizar y evaluar su desempeño y sus resultados, no los de su antecesor, así como alejarnos de la estridencia y la política del espectáculo para concentrarnos en medir el valor público y la utilidad social de sus acciones.