Podemos enumerar infinidad de pros y contras al Amlofest o a la marcha anti-Amlo; podemos estar o no de acuerdo con la cantidad de asistentes que unos y otros dicen estuvieron presentes en ambos eventos; podemos discutir si en unos fueron acarreados y en el otro por iniciativa propia; podemos discutir mucho en torno a estos temas que se registraron alrededor de ambos eventos, uno en la plancha del Zócalo y el otro en el monumento a la Revolución.

Pero hay una cosa que debemos entender por encima de todo lo anterior y demás que haya que discutir a un año de transcurrido el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador: nada ni nadie lo hará modificar su proyecto de gobierno o de Nación como él lo bautizara; no se desviará ni un centímetro de la ruta trazada para concretar su Cuarta Transformación; no habrá poder humano que lo haga modificar sus políticas sociales y económicas…

Transitó 18 años para llegar a donde está, la Presidencia de la República, como para que ceda a presiones de quienes siempre consideró sus adversarios, cuando incluso tiene el apoyo de algunos que lo fueron en el pasado.

El discurso que Andrés Manuel López Obrador pronunció ayer en el Zócalo con motivo de sus 365 días en el poder, es el mismo que le escuchamos el primero de diciembre en el mismo lugar cuando rindió protesta como presidente de la República y similar al que dirigió a la nación el primero de septiembre con motivo de su primer informe de gobierno. E, incluso, similar en parte al emitido la noche del día de la elección cuando se levantó con la victoria.

¿Y qué quiere decir lo anterior? No que le falten argumentos, no que le falte contenido, no que carezca de otras o nuevas ideas. No, el discurso de todas esas ocasiones significa que su prioridad son esos temas a los que reiteradamente aborda: primero los pobres, el asistencialismo por encima de todo; los adversarios son quienes no están de acuerdo con sus ideas, conocidos como “conservadores” a quienes ya puso plazo para lo que él considearía su derrota: luego de dos años de su gobierno, no podrán modificar sus reformas; los adultos mayores y los jóvenes “ninis”, a quienes observa como su clientela asegurada por seis años…

Sí, muchos son los temas que López Obrador ha dejado fuera de sus discursos centrales en las fechas referidas líneas arriba, pero sencillamente porque no son su prioridad ni la columna vertebral de su proyecto. Y ha demostrado que está dispuesto a hacer lo que tenga que hacer, como suspender la construcción de un aeropuerto internacional que arrojaba un avance del 30%, si es necesario hacerlo para concretar “su” proyecto, por poner un emblemático ejemplo.

En eso que para muchos es terquedad, tosudez o capricho, pero para otros es perseverancia o firmeza de López Obrador, es donde debemos de poner mucha atención y quizás hasta alarmarnos para quienes no coincidimos con las decisiones hasta ahora implementadas , porque a lo largo de este primer año de gobierno los resultados han sido negativos a los ojos de muchos mexicanos que, incluso, votaron a su favor.

Pero lo alarmante, reitero, es que no está dispuesto a escuchar otras voces que no sean las que lo alaben, las que le digan que va por buen camino, las que le adviertan que quien no está con él está en su contra… Eso es lo que realmente debe preocuparnos, no si en una concentración se repartieron tortas y frutsis o si en otra marcha los sombreros eran o no de material de primera calidad.

Estamos aún lejos de sumarnos a aquellos países donde las revueltas ciudadanas han hecho caer gobernantes u obligado a quienes lo son a modificar sus decisiones o proyectos. Esto aún no llega a México para inquietar a López Obrador; ni lo primero, que no sería lo conveniente, ni lo segundo que ya vimos que no bastará con eso.

Y es que los hechos, a lo largo de este año, nos han demostrado que el presidente Andrés Manuel sólo tiene una imagen frente a él: la del “su” país, no la de “nuestro” país.

Al tiempo.