Por Hugo Luna

Recordar a personajes como Sergio Méndez Arceo en el centenario de su nacimiento, porque su paso ha dejado huellas en nuestra historia deben ser valoradas en tiempos de sequía carismática.

Méndez Arceo fue un verdadero discípulo de Jesús y un testigo de la fe; un cristiano comprometido y que supo transmitir sus convicciones religiosas. Poseedor de una formación teológica e histórica: en Roma concluyó su licenciatura en sagrada escritura y el doctorado en filosofía y en historia de la Iglesia en la Universidad Gregoriana.

Su gran virtud fue abrirse a los cambios y a las nuevas circunstancias de su momento; así transitó del viejo catolicismo a las grandes aperturas del Concilio Vaticano II, yendo más allá trabajando posturas libertarias y de solidaridad latinoamericana.

Estuvo presente en la primera reunión del CELAM en Río de Janeiro en 1955, protagonista indiscutible en la segunda Conferencia de Medellín en 1968 y asistente al primer encuentro de cristianos por el socialismo, realizado en Santiago de Chile, en 1972. Su apertura pastoral y audacia social lo convierten en el obispo que opta por los pobres.

Toda su trayectoria estuvo ligada a Latinoamérica, al final de su camino incrementa su posición internacional a través de la solidaridad, especialmente con los pueblos indígenas.

Obtuvo reconocimientos y el respeto de la comunidad internacional por su congruencia y convicción. En muchos casos sufrió la suerte de los precursores: la incomprensión y la crítica de propios y extraños