Alfonso Javier Márquez

Es como cuando cometes un error y alguien te dice “te lo dije”. En la designación de las listas del PRI para las diferentes posiciones de las planillas en las elecciones municipales, parece que volví a ver una vieja película que había visto y vuelto a ver. Algo así como la de “Casa Blanca” con Humphrey Bogart, con la diferencia de que cada vez que vuelvo a ver ese clásico del cine termino con un dulce sabor de boca y emocionado, y cuando vuelvo a ver lo que hacen los priístas –que no cambian- termino con un sabor amargo de boca y decepcionado.

Y no es que esta vez me interese lo que hagan o dejen de hacer porque afecte o no a mi persona; lo que me impacta es como un grupo social que ostentó el poder por siete décadas como se ha dedicado desde que lo perdió a jugar el juego de perder.

Parece trabalenguas, pero así de enredoso como está lo descrito, así es el actuar del Partido Revolucionario Institucional en Jalisco que cada tres años parece que se quiere levantar de la lona pero no parece aprender la lección y vuelve a caer.

Lo que acabó al PRI en Jalisco, en aquel –para ellos- fatídico año de 1995, es lo mismo que lo mantiene en el lado de la oposición. Y tristemente algunos de los actores de aquel entonces son los mismos. Han vivido década y media con la esperanza de volver a estar donde, creo, jamás volverán a estar… y menos con esas actitudes.

Lo mismo le ocurrió a Jorge Arana hace seis años, a Leobardo Alcalá hace tres para no ir mas atrás. Los clanes del PRI mantienen su postura firme de creerse los dueños de las posiciones y pelean por ellas por encima de los intereses de su partido en abierta actitud de “o soy yo o nadie”. Los golpes son reales y las hipocresías son más dañinas que una puntiaguda daga con doble filo

Volvió a ocurrir. Todos metieron mano en las planillas. No buscaron “presentar a los mejores hombres y mujeres” como siempre pregonan. Se pisotearon los unos a los otros. Los que perdieron quedaron lesionados, algunos de muerte –y se van-, y los que ganaron en muchos casos no son los que mejor equipo pueden formar en pro de los proyectos de sus candidatos.

En medio de este mar de confusión, quien debió ser el faro que guíe al partido a buen puerto, el dirigente estatal, Javier Guizar fue una roca oscura en medio del océano que lejos de ayudar puso en riesgo el proceso y –para algunos- lo echó a perder.

El botín principal fueron las candidaturas de Guadalajara y Zapopan, pero no estuvo menos difícil sacar las demás metropolitanas. En particular la de Tonalá donde toda la estructura no gira en torno del candidato Antonio Mateos, sino la conforman clanes producto de las permanentes divisiones, muchos de los cuales no pueden ver ni en pintura a su propio líder de proyecto.

En Guadalajara, hicieron el gran oso; Aristóteles se quedó solo en el arbitraje de la batalla por las posiciones en la planilla mientras su presidente de partido municipal, Eduardo Almaguer, en lugar de ser el réferi peleó por su propia posición. Una noche antes del cierre de registros, convocaron a los medios a las nueve y media de la noche a una rueda de prensa que sería al día siguiente; a las once y media de la noche la cancelaron dejando en evidencia que o alguien quiso madrugarles a los otros, o se les cayeron los acuerdos.

En Zapopan no fue muy distinto. El comité municipal, aparentemente desligado de los grandes grupos, fue el pelele de quienes se sienten zares. Todos metieron mano a la lista y al final quedó un monstruo con muchos sentidos fuera.

Así el PRI difícilmente podrá volver a ganar.