Por José Antonio Elvira de la Torre
El próximo domingo tendremos el primero de tres debates entre las candidatas y el candidato a la presidencia de la República. Este ejercicio de contraste de ideas y proyectos, incluso de las personalidades, de las y los contendientes, resulta una herramienta fundamental en los esquemas institucionales democráticos para que la ciudadanía tenga más información y elementos para definir sus preferencias y, en última instancia, decidir a quién otorgar sus sufragios.
Los debates entre candidatos en los sistemas presidenciales de gobierno cobran aún mayor relevancia, dadas la importancia, características, atribuciones formales y capacidades informales que estas figuras tienen en el sistema político. Por la influencia de los Estados Unidos y sus instituciones políticas en el mundo, han sido un modelo para muchos otros países (sobre todo los que tienen sistema presidencial) en varias herramientas de cómo se realizan las contiendas electorales, las campañas y, en este caso particular, los debates presidenciales.
Los debates presidenciales en Estados Unidos iniciaron en el siglo XIX, aunque cobraron una mayor visibilidad y trascendencia con la cobertura de la televisión en la segunda mitad del siglo XX, como el primer debate transmitido en televisión en el que participaron Richard Nixon y John F. Kennedy. Con la creación de la Comisión de Debates Presidenciales en 1987, un organismo público independiente, se formalizó y sistematizó la organización de los debates en el formato que se mantiene en la actualidad.
Los debates presidenciales en México son recientes, ya que justamente en 2024, se cumplen 30 años del primer debate presidencial en la historia de nuestro país. En aquel momento, aún bajo un sistema político autoritario, el encuentro entre el candidato del PRI y posterior ganador de la contienda, Ernesto Zedillo Ponce de León; el candidato del PAN, Diego Fernández de Cevallos; y el candidato del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, fue una bocanada de aire fresco (no obstante todas las limitantes que pudieran haber existido en términos de competencia real y reglas insuficientes para limitar la intervención gubernamental y el desvío de recursos públicos para respaldar a su candidato) que permitió a los electores escuchar los argumentos y las propuestas de los candidatos, así como su capacidad de debatir y responder a los cuestionamientos que les hicieron sus adversarios.
El segundo debate presidencial en la elección de 2000 fue quizá el evento más significativo que hemos presenciado en la historia de estos ejercicios, no sólo por el memorable intercambio entre los candidatos, sino por la dinámica concreta de la competencia política en un país que estaba en plena transición democrática y que ya había experimentado que el partido anteriormente hegemónico de un sistema no competitivo, hubiera perdido por primera ocasión en la historia, la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados federal y se encontrara ante un escenario inédito de verdadera competencia política por el respaldo de los electores.
El tercer debate presidencial en la elección de 2006 fue también un escenario de mucha trascendencia por la capacidad, trayectoria y liderazgo político de los contendientes principales, pero también por los efectos de la profundización de las reformas al sistema electoral, el funcionamiento de los organismos electorales y las condiciones de la competencia política que hacían una realidad el principio de la incertidumbre democrática sobre los resultados finales de la elección.
Los dos ejercicios posteriores registraron un descenso en la calidad de la deliberación entre contendientes y contraste entre proyectos de comunidad, a tal grado que muchas personas recuerdan más estos debates por algunos incidentes adjetivos como la presencia de edecanes, la denostación a través de sobre nombres, o la realización de propuestas estrafalarias y situaciones de comedia involuntaria por parte de algunos contendientes.
En ningún país del mundo puede garantizarse que los candidatos y candidatas que tengan un mejor desempeño en los debates serán los ganadores de la contienda, pero es también cierto que estos mecanismos y la participación obligatoria de los contendientes son indispensables en las democracias. Por ello, es deseable que las candidatas y el candidato que serán protagonistas del ejercicio del próximo domingo en nuestro país, asistan bien preparados no sólo para mostrarnos quiénes son, cuáles son sus ideales y qué proyecto de Nación nos proponen, sino también con disposición para discutir con responsabilidad y, por qué no, con atrevimiento a comparar diferentes formas de pensar y entender los asuntos públicos que más nos importan y afectan.
Hago votos para que no sea un ejercicio aburrido de monólogos lineales que jamás se entrelazan, para que sea una oportunidad de dialogar y deliberar democráticamente, pero sin temor a debatir lo que sea necesario. En verdad deseo un ejercicio que nos de elementos para la reflexión, el análisis y abra la puerta para el entendimiento y la cooperación luego de la elección.