Por Jaime Ramírez Yáñez

Cuentan que en el gobierno de Adolfo López Mateos (1958-64), en una ocasión su secretario de Relaciones Exteriores, Antonio Carrillo Flores le dijo que el embajador estadunidense necesitaba verlo en forma urgente para tratarle un asunto privado y de suma importancia para la seguridad nacional.

El presidente López Mateos accedió a la petición del colaborador y recibió de inmediato a Thomas Mann, unos de los más controvertidos representantes del gobierno de los Estados Unidos en México.

Ya instalado en la oficina del presidente mexicano, el diplomático estadunidense le comentó que tenía informes “privilegiados” de que un grupo de médicos fraguaba una huelga que podía afectar seriamente a nuestro país política, económica y socialmente.

Mientras, López Mateos lo miraba fijamente y después de escuchar su “informe” le agradeció el detalle, pero le dijo que ya tenía conocimientos de ello y agregó: “Nuestros servicios de inteligencia funcionan bien, embajador”.

Mann se levantó de su silla y López Mateos atajó amablemente. “Siéntese embajador, quiero que escuche a nuestro encargado de inteligencia, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios”, a lo que el diplomático accedió y regresó a ocupar su silla.

Entonces, el presidente tomó el teléfono de la “red” –el rojo- y llamó a Gutiérrez Barrios quien de inmediato, en pocos minutos, se presentó en la oficina del Ejecutivo en Palacio Nacional.

Después de los saludos protocolarios, súbitamente López Mateos cambió el giro de la conversación y sin quitarle la vista a Mann, le dijo a Gutiérrez Barrios. “Capitán, por favor dígale al señor embajador a qué hora se levantó, con quien y qué desayuno y de cuanto fue la cuenta”.

El veracruzano sacó una libreta y comenzó a recitarle el informe al presidente de la República. Una vez que terminó, López Mateos, extendiéndole la mano a Mann para despedirlo, le dijo: “Como le comentaba embajador, nuestros servicios de inteligencia funcionan bien”.

Exactamente lo contrario sucede en nuestro país desde el sexenio zedillista en que los cuerpo dedicados a la información política o criminal, han sido erráticos y no han sabido leer los escenarios que plantean los diferentes movimientos, grupos o cárteles que operan desde hace más de una década.

Un ejemplo de ello es la reaparición, por segunda ocasión en lo que va del gobierno calderonista del Ejército Popular Revolucionario (EPR) como autor de los atentados en contra de plantas petroleras.

A pesar de una primera advertencia, cuando se registraron las explosiones en Salamanca, Guanajuato, el pasado 5 de julio, el gobierno federal no operó los canales de contrainsurgencia para neutralizar los efectos del grupo guerrillero.

Tres meses después, el EPR sin más ni más, colocó otras 12 cargas explosivas en varios instalaciones de Pemex en el estado de Veracruz, tal y como lo reconoció en un comunicado –publicado en su página de internet el 11 de septiembre- para reivindicar la acción:

“Unidades militares pertenecientes a nuestro ejército colocaron 12 cargas explosivas en igual número de ductos de PEMEX en los municipios de La Antigua, Úrsulo Galván, Olmeaca, Mendoza, Cumbres de Maltrata en Veracruz, y en Cuapiaxtla, Tlaxcala, de las cuales la colocada en el oleoducto de 24 pulgadas Nuevo Tepa – Cadereyta (en La Antigua) no se activó. Todas fueron activadas simultáneamente a las 2:00 horas del día 10 del presente mes”.

Durante las investigaciones del primer atentado ya en el periodo calderonista, las lecturas por parte de la Secretaría de Gobernación –encabezada aún por el jalisciense Francisco Ramírez Acuña- fueron erróneas.

Varias voces al interior del gabinete minimizaron la presencia del grupo guerrillero al intentar relacionarlo como una organización aislada, sin principios ni fines concretos, cuya operación solo responde a hechos coyunturales para crear cortinas de humo a modo del gobierno en turno.

Incluso, para soportar este argumento, quienes lo sostienen, recuerdan la aparición del grupo armado en una carretera oaxaqueña cuando el conflicto entre la Alianza Popular de los Pueblos por Oaxaca (APPO) y el gobernador Ulises Ruiz estaba en ciernes.

Evidentemente, entre aquel contingente de cinco hombres con sus armas relucientes y botas bien boleadas, y el comando que colocó doce cargas explosivas en Veracruz, no hay relación alguna. Este último si es verdadero.