Julio César Hernández
 
El PRI llevó a cabo ayer sus asambleas de delegados, en la zona metropolitana, en las que ratificó -porque no eligió- a los candidatos únicos a presidentes municipales que surgieron no por acuerdo de las fuerzas políticas ni siquiera entre los aspirantes mismos, sino por decisión de una sola voluntad.
 
Jorge Aristóteles Sandoval Díaz, Héctor Vielma Ordoñez, Miguel Castro Reynoso y Antonio Mateos Nuño resultaron candidatos no por un ejercicio democrático al interior de su partido sino porque se consideró que o era el mejor aspirante o el menos peor. En algunos casos le apostaron más a una buena candidatura que a un buen gobernante.
 
La verdad es que en algunos casos se tomó más en cuenta la carga negativa de un aspirante para descartarlo, que el buen proyecto de gobierno que pudiera aportar.
 
Pero que no se diga que los candidatos electos fueron resultado de “largas negociaciones”, de un “acuerdo entre la militancia” o que ambos aspirantes “se pusieron de acuerdo quién debería de ser el candidato y el otro aceptó”.
 
Fue en Guadalajara y Zapopan donde la candidatura de Sandoval Díaz y Vielma Ordoñez fue decisión única y exclusiva de su dirigente nacional, Beatriz Paredes Rangel. Lo que se diga alrededor de esto no es más que el discurso de la simulación. Una simulación que la militancia priista acepta, avala y hasta aplaude sin reclamo alguno. Punto.