Por Alfonso Javier Márquez


No se trata de delincuencia común. Ni siquiera se trata de una situación ordinaria de narcotráfico. Jalisco es el nuevo escenario de la guerra entre los dos grandes cárteles del tráfico de enervantes.


El origen es la causa. Desde hace años la entidad ha estado en relativa calma; No es la lucha contra el narcotráfico que aquí sea diferente a otros estados ni tampoco que los delincuentes le tengan miedo a las autoridades de Jalisco como lo quieren hacer parecer. Lo que pasa es que en este estado desde hace años hay una especie de pacto gracias al cual el número de ejecuciones se mantiene muy bajo, los enfrentamientos entre los grupos casi no existe y hasta el tráfico de droga es casi imperceptible. Mediante este pacto, uno de los grupos mantiene el control y la calma en localidad y por ello las familias de los narcotraficantes han vivido aquí por años sin problemas, circulando por las calles, asistiendo a los restaurantes caros, estableciendo negocios lícitos y estudiando en las universidades caras que ofrece Guadalajara.


Pero todo indica que el pacto se rompió. Probablemente la ambición de uno de los bandos por quedarse con el mercado de consumo que representa la plaza: seis millones de habitantes y un alto porcentaje de jóvenes.


Además Guadalajara es el paso ideal para la distribución de drogas hacia todos los puntos del norte por donde se pasa la droga: Laredo, Matamoros, Reynosa, Ciudad Juárez, Nogales y Tijuana además del acceso rápido al mar por Manzanillo y la facilidad de ser un puente aéreo hacia Estados Unidos.


Por eso en los ochentas Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Félix Gallardo eligieron Guadalajara no solo para vivir sino para hacer los negocios ilícitos que ellos hacen desde aquí.


Al caer esos grandes capos, los de la siguiente generación se movieron a diferentes partes y uno de ellos, Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” tomó Guadalajara como territorio neutral dejándolo en encargo a Ignacio Coronel como terrateniente, pero mas que nada como artífice de la tranquilidad que ha reinado desde hace años, pero que no significa que en Jalisco no haya narcotráfico, lo único es que los ciudadanos comunes no se dan cuenta ni sufren las molestias que esta actividad ocasiona a ciudades com Juárez y Culicán.


El caldo de cultivo para que Jalisco volviera a ser botín de los anhelos de los grupos de narcos es el gobierno del estado. El gobernador, evidentemente ausente de autoridad, se antoja para controlar un territorio en donde la gente esta muy por encima de quienes deberían de gobernar.


En otras palabras, en un sitito en donde el gobierno no causa problemas, es mas fácil trabajar solo hay que eliminar a quienes mantienen la endeble paz y el control del territorio. Al parecer eso es lo que pretendía el grupo de los Hermanos Beltrán Leyva cuando mandaron un grupo de sicarios a exterminar a sus oponentes hace tres semanas cuando fueron interceptados sospechosamente por la policía de Zapopan en el periférico de Guadalajara.


Y digo sospechosamente porque los testigos presenciales afirman que los zapopanos ya esperaban el convoy de sicarios y hasta les atravesaron un trailer para obligarlos a parar. Como si los esperar por instrucciones de alguien. Allí lo sospechoso.


El caso es que lo que hemos vivido: ese enfrentamiento, las granadas, los ejecutados y los narco mensajes, son solo el inicio de lo que, afirman muchos, vendrá en las próximas semanas.