Por Hugo Luna

Los censos poblacionales que se aplican cada diez años en el país, como sucederá en los próximos días. No sólo son para contabilizar a la población, sino para recabar información que permita diseñar políticas públicas, pero también conocer la precisión de los efectos de las mismas.

Saber dónde y qué debe corregirse.

En la peor crisis económica de nuestras vidas, un buen censo permitiría  medir la gravedad de consecuencias de la crisis, calcular la real dimensión del desempleo, de la economía informal  y medir, más allá de los informes optimistas, la verdadera eficacia de las políticas del gobierno.

En síntesis, el censo debería ser la foto no sólo de cuántos somos, sino de cómo vivimos, como sobrevivimos y cuántas y cuáles son las más graves carencias.

El censo lo hará el INEGI, institución a la cual recientemente se le dio la autonomía, para liberarla de las presiones gubernamentales, siempre dispuestas a mostrar realidades color de rosa.

Sueños guajiros. El titular de ese organismo, Eduardo Sojo anuncia que por el recorte presupuestal el cuestionario del censo sufrirá “tijerazo”

Dolosamente, quitaran preguntas sobre temas laborales y sociales fundamentales.  

El censo de 2010 será un gasto inútil, pues sus datos no reflejarán la realidad nacional. Serán un retrato a modo que permitirá a los gobiernos emanados de Acción Nacional disimular la dimensión social de la crisis y los efectos desbastadores en las familias mexicanas.

Síndrome de avestruz azulado.