Parece ocioso preguntar por qué el presidente Andrés Manuel López Obrador insiste en dividir a los mexicanos, por qué promueve la cultura del odio, por qué insiste en hacer creer que quien no piensa como él y no está con él, entonces está en contra de él. Y digo ocioso porque la respuesta más fácil que podemos encontrar es que “lo hace por estrategia”. Y sí, puede haber algo de eso, como también lo hay en los distractores que coloca en la mesa de la discusión todos los días en las “mañaneras”.
Pero, ¿y qué gana con eso si ya es Presidente de la República, cargo al que aspiró, mínimo, durante 12 años en los que dos veces contendió y dos veces perdió -2006 y 2012-? Sí, la tercera fue la vencida -2018-, pero ¿tanto odio, tanta amargura almacenó, mientras al país lo gobernaban el panista Felipe Calderón, primero, y el priista Enrique Peña Nieto, después? ¿Por qué no goza ser el presidente de todos los mexicanos? ¿Por qué no disfruta haber llegado al máximo cargo al que puede aspirar un político en México -o en cualquier otro país-?
Si esta política del odio, de dividir a la sociedad, de enfrentar entre sí a los mexicanos, es una estrategia, ¿cuál es el objetivo de aplicarla? ¿En qué se beneficia él, en lo personal? ¿En qué beneficia a su partido Morena? ¿En qué beneficia a sus candidatos favoritos a sucederlo, Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López Hernández? Porque la aplica hasta entre los cuatro prospectos a la candidatura presidencial de Morena al menospreciar la aspiración del senador Ricardo Monreal Ávila o bloquear la del secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard?
¿Por qué goza enfrentarse con un amplio sector de los mexicanos en el que están no sólo aquellos que no votaron por él en el 2018 sino que ahora también se sumaron aquellos que sufragaron a su favor, pero que hoy están decepcionados de su gobierno y de su forma de gobernar?
¿Por qué enfrentarse con esa parte de la sociedad mexicana que se manifestó el pasado domingo 13 en contra de una iniciativa de reforma electoral y confrontarla organizando, convocando, a una marcha no tanto para festejar su cuarto año de gobierno sino para demostrar que él sí es capaz de llenar el Zócalo de la Ciudad de México, con la salvedad de que a la primera asistieron ciudadanos de manera voluntaria y a la segunda muchos de ellos serán “acarreados” o, incluso, obligados a asistir?
Sí, debemos de aplaudir ambas marchas porque son el ejemplo más claro de que los mexicanos podemos hacer valer nuestro derecho de manifestarnos libremente, pero ¿por qué la convocada y que será encabezada por el Presidente de la República se organiza más como una “marcha de la venganza”? ¿O no es así cuando inicialmente se anunció que dicha marcha se celebraría el primero de diciembre, fecha cuando se inició el gobierno de la 4T, pero que al caer en cuenta que ese día era jueves, día laborable, se decidió adelantarla para el domingo 27, so pretexto de que mucha gente de todo el país quiere participar en ella?
Los seguidores de López Obrador así están “vendiendo” esta marcha en sus redes sociales, como una marcha de la venganza, del desquite, de demostrar quién es quién, de avasallar al adversario. Ese es el clima que se transmite desde Palacio Nacional y ese es el clima que emiten sus seguidores y simpatizantes.
Polarizar a la sociedad ha sido característica de los régimenes de gobierno en Cuba o Venezuela en los tiempos recientes de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, por ejemplo, y esa ha sido la tónica no sólo durante los cuatro años de gobierno de la Cuarta Transformación sino desde las tres campañas presidenciales de López Obrador… y todo indica que así será en lo que resta de su gobierno.
Bienvenidas las marchas y manifestaciones en un país que goza aún de esa libertad, y mucho mejor si son para festejar o celebrar, pero no aquellas animadas por el odio, la amargura y la venganza. Después de todo, los mexicanos no merecemos eso.