Por Julio César Hernández
 
Ante la andadana de chascarrillos que se han hecho a su costa, que no nos extrañe que en los próximos días el secretario general de gobierno, Fernando Guzmán Pérez Peláez, argumente que no hubo confusión alguna en su presagio de que llegaría el “diluvio” el sábado por la noche, sino que fue un complot el que evitó que se concretara.
 
Aunque el Instituto de Meteorología de la Universidad de Guadalajara lo desmintió el mismo día de su pronóstico, sin necesidad de ningún “nintendo carpiciano”, Pérez Peláez nos dirá que él tenía informes de que el “diluvio” llegaría “directísimo” a la zona metropolitana de Guadalajara; que varios grupos de danzantes, adoradores de “Tláloc” (dios de la lluvia), se pusieron de acuerdo para “bailar” ese día -y no precisamente en el estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara-, a fin de hacer caer sobre la metrópoli una “ráfaga” de intensas gotas de lluvia o, inclusive, hasta de granizo; que, inclusive, hubo testigos que vieron rondar por las calles de la ciudad varias camionetas que en su interior traían un gran número de paragüas modelo AK-47.
 
Asimismo, nos dirá que según la bitácora de vuelos, hay datos que confirman que horas antes de que anocheciera, ese sábado por la tarde, varias avionetas sobrevolaron arriba de las negras nubes con la intención de provocar la intensa lluvia que provocaría grandes desastres en la zona metropolitana.
 
Seguramente solicitará la integración de una Comisión Interinstitucional para que investigue por qué no llovió como lo predijo, y solicitará que su coadyuvante en la investigación sea José Antonio Sánchez Ortega.
 
Ahora sólo faltará que este argumento nos lo recete cada 14 de junio durante 15 ó más años.
 
Digo, todo puede suceder en este gobierno de ocurrencias.