Jaime Ramírez Yáñez

Los hechos violentos en el mundo de la música grupera o de banda, aunque no son una novedad, cada vez que suceden impactan seriamente, sobre todo porque un suceso de este tipo arroja datos de la penetración del crimen organizado en el ámbito artístico.

Si bien es cierto que en varios casos de homicidio la constante ha sido algún problema de tipo pasional o financiero, hay otros muchos en donde los indicios llevan a pensar en las relaciones peligrosas que algunos cantantes y agrupaciones sostienen frecuentemente con personajes del narco. Incluso algunos artistas han estado bajo el ojo de la Procuraduría General de la República (PGR), como Los Tucanes de Tijuana, de quienes se habló mucho de su relación con la organización Arellano Félix.

En algún momento también se citó a Lupillo Rivera, a quien se consideraba como lavador de dinero, sin que esto pudiera corroborarse, o Joan Sebastián, quien también fue mencionado como uno de los posibles investigados por las autoridades federales. Y es que la narcocultura, por increíble que parezca, utiliza bastante la música como un recurso para operar diferentes situaciones.

Hasta hace algunos años, la Sección Segunda de la Secretaría de la Defensa Nacional (inteligencia militar), monitoreaba las llamadas a estaciones de radio agrarias —como Radio Gallito o Ranchito, en las que se programa música norteña, de banda o grupera— para detectar mensajes cifrados sobre transacciones del narco en los saludos de los radioescuchas.

En bastantes de estas comunicaciones, los distintos cárteles de la droga daban cuenta de envíos de estupefacientes o bien comunicaban la correcta recepción de la droga. La información descifrada era enviada a la Sección Séptima Militar (combate al narcotráfico) para ser procesada y, en muchos casos, esta daba origen a un operativo.

En 1998, en ocasión de una investigación periodística sobre el cártel de los Valencia en Uruapan y la zona de Tierra Caliente en Michoacán, una fuente ofreció dar a conocer todo lo relacionado sobre el narcomundo en el estado. Lo lógico era que la información estuviera concentrada en sendos expedientes clasificados, pero no fue así. La fuente entregó al reportero una serie de discos compactos que contenían corridos y canciones de las llamadas rancheras. Al entregar el paquete, el informante solo dijo: “Escuche todo esto, aquí está lo que usted quiere saber sobre el narcotráfico en Michoacán”.

Otra de las formas en que la música es utilizada por los narcos es como medio de comunicación, es decir, para dar noticias que les interesa que salgan a la luz pública. Así transmiten cambios de mando en el cártel, el surgimiento de un nuevo jefe, incluso la cómo y el por qué se ejecutó a un rival. Hay corridos cuyo contenido supera con mucho los datos que pueden estar asentados en una averiguación previa. Sobre todo en los casos de homicidios de personajes relevantes, el narco tiene la irremediable tendencia de mandarle a componer un corrido cuando en vida respetaba a su oponente.

A través de la música, los traficantes de drogas retan a sus competidores o los ridiculizan. Este parece ser el móvil del homicidio, el 25 de noviembre de 2006 en Reynosa, Tamaulipas, de Valentín Elizalde, quien cantó, en el palenque, una canción intitulada “A mis enemigos”, en la que presuntamente Joaquín el Chapo Guzmán Loera lanzaba un reto a sus acérrimos contrincantes, Los Zetas.

Existe otro de tipo de crímenes en el mundo de la música grupera cuyo móvil podría tener un origen pasional, pero relacionado con la delincuencia organizada. Tal es el caso del reciente homicidio del vocalista de K-Paz de la Sierra, Sergio Gómez, que por la saña con que fue muerto todo lleva a pensar que se trató de un ajuste de cuentas de tipo personal. El narco cuando mata siempre deja mensajes muy claros, y al cantante le destrozaron los testículos y le quemaron la cara. Por la violencia con la que se cometió este homicidio se puede intuir que quien lo ordenó es una persona poderosa.

El representante de una banda musical —de quien reservamos su nombre por evidentes razones—, afirmó que los músicos o sus equipos de trabajo frecuentemente se prestan a operaciones de traslado de estupefacientes: “Mire, en un tráiler cabe algo más que equipos de sonido e instrumentos. También meten droga”, reveló.

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