Por José Antonio Elvira de la Torre
A tan sólo unas horas del inicio formal de las campañas electorales para la presidencia de la República y para la gubernatura del Estado, resulta pertinente hablar sobre lo que esperamos de ellas, y no me refiero a la espectacularidad y creatividad con que las y los aspirantes busquen llamar nuestra atención, sino fundamentalmente a la utilidad social y el valor público que su participación en la contienda puede generar a las personas, a la comunidad y a la democracia.
Entiendo el rechazo que muchas personas tienen respecto de las campañas por considerarlas ejercicios innecesarios de repetición de mensajes e imágenes huecas que poco aportan a la solución de los problemas públicos. No obstante, es necesario que pongamos nuestra energía y capacidades en contribuir a que se conviertan en ejercicios fundamentales de información, deliberación y debate público, sobre las diferentes visiones y proyectos de comunidad política, así como de las formas específicas para lograrlo.
Si uno de los rasgos distintivos fundamentales de las democracias es “su continua aptitud para responder a las preferencias de sus ciudadanos sin establecer diferencias políticas entre ellos” (como lo expresó Robert Dahl en su texto clásico “La poliarquía. Participación y oposición”), la contribución de los procesos electorales y las campañas políticas, es de capital importancia para: