Jaime Ramírez Yáñez

Hasta hace muy poco el robo de arte sacro era considerado como un delito equiparable al robo calificado —de hecho lo es—. En 2005, los legisladores federales se dieron cuenta de que este tema merecía una atención aparte, por su relación con la delincuencia organizada, incluso de carácter internacional, y con sus propias agravantes.

En Guadalajara ya sucedió un hecho de este tipo. Sujetos aún no identificados, el 29 de abril, se introdujeron a la Catedral Metropolitana y sustrajeron dos cuadros, el San Juan de Dios de Juan Correa —mejor conocido entre los expertos de la materia como “El santo de Dios”, elaborado en óleo y lámina— y el de la Virgen de la Soledad, creación de Diego de Cuentas —también en óleo y talla—. Ambas obras datan, dicen los especialistas, del siglo XVII y su precio en el mercado negro anda en los cien mil dólares cada una.

De acuerdo con la poca información de la averiguación previa 4546/2007, la primera obra se encontraba en la sacristía y la otra dentro de un espacio privado, del cual solamente se podían dar cuenta los propios trabajadores del Arzobispado y, evidentemente, los expertos en arte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

El 2 de marzo de 2005, el diputado René Meza Cabrera partió de las siguientes consideraciones para presentar la iniciativa de adición y reformas a los artículos 381° Ter y 381° Quáter en el Título Vigésimo Segundo, Capítulo I, del Código Penal Federal y considerar el “robo de arte sacro” como grave en el Capítulo IV, artículo 194°, numerales 35 y 36 del Código Federal de Procedimientos Penales:

“Que en muchos templos destinados al culto católico de ciudades coloniales existen como objeto de veneración retablos, cuadros y esculturas que, por la perfección de sus tallas o la técnica empleada, son verdaderas obras de bellas artes, algunas, además, valiosas por el material de que están elaboradas. Su estética y antigüedad las conceptúan como ‘arte sacro’, que ya es admirado, seleccionado, comercializado y codiciado por aficionados y coleccionistas.

“Finalmente, que este ‘arte sacro’ ha venido siendo, cada vez más frecuentemente, objetivo de ladrones que casi siempre, con gran facilidad, los sustraen de altares y nichos, en donde están colocados sin ninguna protección y los venden a comerciantes en obras de arte [sic] o anticuarios, quienes los adquieren por sumas irrisorias y los comercializan con grandes ganancias entre coleccionistas”.

Razones para castigar severamente el robo de arte sacro las hay y son de peso. Por una parte, este tipo de robos normalmente es por encargo y los autores intelectuales cuentan con el apoyo del propio personal de la iglesia o del INAH. Solamente quien conoce las técnicas utilizadas en la elaboración, los autores y en general todo lo que una obra de este tipo contiene, puede darse cuenta puntual de su valor.

Un ejemplo de esto sucedió en Tlaxcala. De la parroquia de Santiago Apóstol del municipio de Tetla de la Solidaridad sustrajeron, en enero de 2007, una aureola de la Virgen del Carmen y una charola de plata, obras que formaban parte del ** Catálogo de bienes artísticos del Patrimonio cultural de ese estado.

En las investigaciones llevadas a cabo por la Procuraduría General de la República (PGR) —asentadas en la averiguación previa PGR/TLAX/TLAX-V/210/2007— salió a relucir el nombre del fiscal parroquial Justino Pérez Meza, a quien el juez primero de Distrito giró una orden de aprehensión por ser el autor material del robo.

Las estadísticas oficiales señalan que en el país se han registrado 192 ilícitos de este tipo durante el año; 70 se efectuaron en el estado de Puebla, seguido de Tlaxcala, el Estado de México, Distrito Federal, San Luis Potosí, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Morelos y Jalisco.

Ricardo Gutiérrez Vargas, quien fue director general de la Oficina Central Nacional Interpol México de la PGR, reconoció que hay un tráfico indiscriminado de obras de arte sacro robadas, que una vez que se envían a Estados Unidos y Europa, se dificulta su posterior localización y su venta constituye un millonario negocio para mafias perfectamente estructuradas.

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