Hugo Luna

Con la muerte de Marcial Maciel dejó a los legionarios de cristo en un dilema casi penitencial. Hay dos caminos a seguir: apertura a los señalamientos que hay sobre su fundador; asumiendo sus costos, o cierran filas prolongando el encubrimiento, la simulación y desentendiéndose de los agravios, con su respectivo costo social.

El deceso del padre Maciel ha reavivado la esperanza de reabrir una vez más su lado oscuro, sobre el cual se edifica una de las congregaciones religiosas más pujantes y poderosas en los últimos años. Pesa la sombra de la sospecha en la historia de Marcial Maciel, un hombre que construyó un imperio religioso que hoy está a prueba de todo.

Miembros de los legionarios de cristo reflexionan que con la muerte de Maciel la congregación se librará de los señalamientos nocivos que lo han perseguido a lo largo de casi toda su carrera eclesiástica.

La penitencia y la orfandad forman parte de la encrucijada que viven los legionarios, y el primer recuento de daños es la actitud “dizque” distante del papa Benedicto XVI y el Vaticano. En contraparte, durante el pontificado de Juan Pablo II hubo absoluto apoyo y “componendas” En Benedicto XVI se observa que hay reserva y cautela. La acción más determinante no fue retirar de todo ministerio público a Marcial Maciel, sino derogar dos votos religiosos, en días pasados, que garantizarán la estructura organizativa y el control de mando por parte del padre fundador. Existe la posibilidad que el Vaticano genere cambios internos en la congregación encaminados a proteger los logros y posicionamientos alcanzados por la orden.

Adoptar la simulación sería algo así como la avestruz que clave el pico en la tierra y también es condenarse a seguir sufriendo la leyenda negra que tarde o temprano causara estragos en las familias “pudientes” que constituyen un segmento del mercado religioso más preciado de los legionarios.