Grotesta y ridícula la costumbre que han adquirido nuestros políticos de mostrarse y hacerse fotografiar en restaurantes.
La pobreza programática y el vacío de contenidos que sufre nuestra clase política los ha orillado a sustituir el debate político por el espectáculo restaurantero.
Como en los viejos tiempos de la clase política priista, los panistas jaliscienses, han adoptado el formato de mandar señales cifradas en lugar de hablar de frente y con claridad.
Ahora, comer con alguien debe interpretarse como la expresión de una alianza, cuando no se tiene el valor de expresar el apoyo de manera explícita.
La reunión de varios aspirantes a una candidatura, con la ausencia de uno de ellos, debe significar que los asistentes han hecho un frente común contra el que no fue invitado. Por supuesto, porque no tienen el valor de decirlo abiertamente y con todas sus palabras.
De la misma manera, un aspirante a una candidatura, que se deja ver públicamente con un contrincante del mismo partido, trata de aparentar que ha sumado a éste a su causa, aunque la realidad sea otra.
Y si se deja ver con un político de otro partido, está amagando a la dirigencia del suyo con irse de su partido si no ve satisfechas sus expectativas.
Cuando dos políticos que están enfrentados o no se toleran se juntan para comer, difunden la reunión esperando que todos interpretemos que ya han dirimido sus diferencias, aunque por la espalda se sigan destrozando.
Esta práctica, verse en un restaurante concurrido por la clase política y llamar a uno o varios medios de comunicación para que tomen y publiquen la imagen del encuentro, no es más que una muestra más del deterioro que ha alcanzado la política en Jalisco.