Las acusaciones de acoso sexual que han empezado a brotar por todos los espacios de la Universidad de Guadalajara deben analizarse en un contexto amplio, que considere las cuestiones que enseguida enumeraré. En este texto me limitó a señalarlas brevemente, pero su análisis más a detalle será materia de futuras entregas:

1. La Universidad de Guadalajara ha sido desde siempre un espacio donde se practica el acoso sexual hacia las estudiantes.

Sí, contrario a lo que debería ser un espacio dedicado a la educación y a la cultura, la universidad ha sido una institución donde el acoso de maestros y funcionarios a alumnas ha sido tolerado y encubierto.

Por eso no resulta extraño que a partir de las movilizaciones de mujeres el 8 y 9 de marzo estén brotando por todos los centros de la UdeG las acusaciones de violencia sexual hacia alumnas de bachillerato y licenciaturas.

2. No obstante tratarse de una institución universitaria, las autoridades de la universidad pública de Jalisco no se han preocupado realmente por construir dentro de sus aulas un espacio seguro y libre de cualquier tipo de violencia hacia las mujeres. Los funcionarios universitarios siempre han tenido un discurso acerca de la equidad de género para afuera y una práctica muy diferente hacia adentro.

Lamentablemente también la mayoría de las funcionarias, dirigentes y maestras de la universidad han solapado, por lo menos con su silencio, el acoso sexual hacia sus jóvenes congéneres.

3. En esta universidad la maquinaria siempre ha funcionado para defender al acosador, no a la acosada. Siempre han prevalecido el principio de “la ropa sucia se lava en casa” y la protección al maestro o funcionario abusador por encima de los derechos de la víctima.

Esa maquinaria de “justicia universitaria” prevalece en estos días, donde ninguno de los representantes de los gremios ve por los intereses de sus agremiados sino por los del grupo político que controla la universidad y sus allegados. En esos espacios de “justicia” siempre se acaba presionando a la alumna denunciante para que se desista de su acusación.

4. Pero las cosas parecen estar cambiando y mucho. Las alumnas, y muchos de sus compañeros varones, se está uniendo para denunciar con nombres y apellidos a sus acosadores.

Esta vez las denuncias y el movimiento que han iniciado las jóvenes universitarias no están en el rango de lo que hasta ahora ha enfrentado el grupo político universitario.

Ahora las jóvenes cuentan con mejores herramientas para hacer valer su voz y exigir justicia. Hoy tampoco están solas y contarán con la solidaridad y el respaldo de muchas mujeres dentro y fuera de la universidad. También estarán muchos medios de comunicación presentes para darles seguimiento a sus denuncias.

Y eso tiene muy asustado al grupo político que controla la universidad desde hace mas de 30 años.

5. Hasta ahora las reacciones de la administración que encabeza el rector Ricardo Villanueva Lomelí han sido de simple forma, no de fondo: por ejemplo anunció que ahora los nombramientos de mujeres dirán profesora en lugar de profesor, o directora en lugar de director; informó que las pintas que hicieron las manifestantes del 8 de marzo no se borrarían hasta que fueran registradas las frases y demandas expresadas; y anunció que a partir del siguiente semestre los alumnos de bachillerato recibirán clases sobre equidad de género.

O sea pura forma, puros fuegos artificiales que tratan de distraer la atención sobre lo fundamental: la UdeG debe hacerles justicia a las alumnas acosadas castigando de manera contundente a sus acosadores, protegiéndolas de cualquier intento de presión o represalia y tomando las medidas de fondo para que el acoso se detenga definitivamente.

En el fondo, como se ha hecho históricamente en la UdeG, parece ser que lo que el rector Ricardo Villanueva y quienes manejan la universidad quieren es ganar tiempo y operar para controlar la situación y volver a lavar la ropa sucia e casa, a volver a esconder la basura abajo de la alfombra.

No sería descabellado pensar que tratar de enfriar la situación haya sido uno de los factores que consideraron para suspender las clases con motivo de la pandemia del coronavirus.

El gran miedo que recorre las oficinas de los jerarcas de la UdeG es que el asunto se les salga de control, que se evidencie que los responsables de la casa de estudios han solapado el abuso sexual hacia las alumnas, que en las acusaciones empiecen a aparecer las “vacas sagradas” y que los señalamientos escalen hasta los niveles más altos de ese grupo político.

Por eso es imperativo que los padres de familia, los medios de comunicación, las autoridades de justicia y la sociedad entera no dejemos solas a las alumnas que valientemente se están animado a denunciar el acoso sexual del que todos los días son víctimas en la Universidad de Guadalajara.