Por Hugo Luna

La celebración del Día del Trabajo fue un día más en el cual las palabras huecas y la hipocresía llenaron la Plaza Juárez, las avenidas Juárez hasta Enrique Díaz de León, la Glorieta de la Normal, la Plaza de Armas y la explanada del Hospicio Cabañas.

La clase trabajadora, seguirá igual o peor que ayer pero sus líderes están mejor hoy que ayer y, sin duda alguna, mañana y pasado mucho mejor que hoy. Esta es la realidad del Movimiento Obrero Organizado y no hay festejo por más elocuente que sea que borre esta cruda y dolorosa realidad.

¿Por qué y cómo llegamos a este punto? ¿Qué hicimos mal o dejamos de hacer, que cada 1 de mayo festejamos a los trabajadores no obstante la tragedia de su vida diaria? ¿Dónde perdimos el rumbo –si alguna vez lo tuvimos claro y lo seguimos-, que sólo ha producido miseria a millones y riqueza ofensiva a unos pocos?

¿Es el nuestro, en verdad, un movimiento obrero organizado? ¿Es su objetivo central: miseria y carencias para los muchos y riqueza para los pocos? ¿Fue esta la visión de los fundadores del sindicalismo en México? ¿Es éste el país que tenían en mente construir cuando, en los años 30 coqueteaban con ideas socialistas, cantaban La Internacional, decían el proletariado y no se les caía de la boca la lucha de clases?

¿Pensaban acaso que sus sucesores serían líderes como Rafael Yerena, Antonio Álvarez Esparza, Alfredo Barba Hernández y José Ortíz García, entre otros?

Me resisto a admitir que fuera éste el futuro que hace siete decenios vislumbraban y deseaban para México Fidel Velázquez, Jesús Yurén, Fernando Amilpa, Alfonso Sánchez Madariaga y Blas Chumacero.

Creo, por el contrario, que la ingenuidad, producto de la época, los hacía ver a un México justo e igualitario, pero en el camino algo pasó, alguna pieza se perdió y las cosas resultaron totalmente opuestas a sus ideas juveniles que, aderezadas con la palabrería seductora del recetario marxista, Lombardo Toledano repetía como el nuevo evangelio.

Hoy, cuando México ha sufrido modificaciones profundas en su estructura económica y en Jalisco los acomodos políticos son una realidad, hay por ahí un reducto que se niega a desparecer, a ser echado al basurero de la historia.

En pocas palabras, ¿no merece Jalisco que Emilio González diga cuál es su visión de lo que debe ser el mercado laboral y su ordenamiento jurídico principal en las nuevas condiciones de México y el mundo? Tal parece que no y lo único que tendremos será más de lo mismo. (Hugo Luna)