Por Jaime Ramírez Yánez

Aunque después del homicidio del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y seis personas más, el 24 de mayo de 1993 en el aeropuerto internacional de Guadalajara, hubo datos que inculpaban Amado Carrillo Fuentes de ser el autor intelectual de este crimen, las autoridades evitaron profundizar en esta línea de investigación.

Durante las pesquisas, tanto la V Región Militar (VRM), en primera instancia, y luego la Procuraduría General de la República (PGR), se concentraron en demostrar que el prelado había caído en una confusa balacera perpetrada por la Organización Arellano Félix (OAF) para terminar con la vida de Joaquín el Chapo Guzmán Loera.

Sin embargo, fueron varias las declaraciones y testimonios recogidos por estos investigadores que apuntaban a un crimen previamente organizado en el que, incluso, desde un día antes sujetos vestidos de negro fueron vistos colocando al menos dos cámaras de video en el lugar del crimen.

Al hacer un recuento de datos, tenemos que, en principio, al gobierno estatal se acercaron dos maleteros que informaron sobre movimientos de personas extrañas, parecidos a los militares, el día 23 en el aeropuerto civil de Guadalajara.

También, Jorge Vergara Berdejo, comandante del destacamento Colima de la Policía Federal de Caminos y Puentes (PFCyP), declaró ante el agente del Ministerio Público Federal (MPF) que un helicóptero de la corporación habría sobrevolado el aeropuerto Miguel Hidalgo y Costilla minutos antes del crimen de Posadas Ocampo.

El 24 de mayo, cerca del aeropuerto pero por la carretera que conduce de Guadalajara a Puente Grande, un automóvil Dart modelo K, blanco, similar a los que entonces eran utilizados por autoridades policiales, se salió de la cinta asfáltica.

Varios conductores auxiliaron al individuo —que vestía una sotana negra— para salir del vehículo y ahí les comentó a sus salvadores que estaba preocupado, porque tenía que ir a recibir al nuncio apostólico Girolamo Prigione.

Esto resulta por demás extraño cuando se tiene el antecedente de que la visita del representante papal a Guadalajara era algo conocido por muy pocas personas, ya que era de carácter privada: venía a inaugurar una mueblería denominada Papsa, cuyos propietarios eran de origen italiano.

El ex comandante judicial Jorge Humberto Rodríguez Bañuelos, la ** Rana, quien se decía el operador de los sicarios de los Arellano Félix, resultó ser miembro del grupo comandado por Gutiérrez Rebollo. La ** Rana se integró a este grupo desde 1989 en Mazatlán. Por cierto, los supuestos sicarios de la OAF eran procedentes de Logan High y jamás vieron personalmente a ninguno de la familia sinaloense.

Inclusive, en ese mismo año, informes de la ** Rana permitieron que personal militar desarticulara las corporaciones policiacas en la capital sinaloense, operativo que culminó con la detención del director de la judicial estatal, Robespierre Márquez.

El dato más duro sobrevino el 30 de noviembre de 1996, cuado una de las personas más cercanas a los Arellano Félix, Alejandro Hodoyán Palacios, afirmó ante los militares que lo tenían detenido que la confusión en el asesinato del cardenal Posadas Ocampo “se debió a una trampa tendida por Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos”.

Este testimonio no se conoció sino hasta después de que el general Gutiérrez Rebollo fue internado en el penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez.

Y es que, durante la apertura del trámite judicial que se les sigue al general y a otras 57 personas, mejor conocido como el macroproceso, se desprende que tanto Gutiérrez Rebollo, como Enrique Harari Garduño, ex director de la PFCyP, y el ex director de la Policía Judicial Federal (PJF), Rodolfo el Chino Léon Aragón, entre otros, ya desde 1990 estaban en la nómina de El Señor de los Cielos.

En la carta que los hermanos Arellano Félix, en la página 6 y en el penúltimo párrafo, se hace una descripción del perfil de quien pudo planear el homicidio del purpurado y citan, entre otras cosas: “Sólo una persona sin principios morales y sin escrúpulos puedo haber sido la autora intelectual de lo sucedido esa tarde. Una persona que, además, tenía plena confianza en que nada malo le iba a ocurrir por la sencilla razón de que contaba con el apoyo de autoridades federales y locales”.

Sólo les faltó poner el nombre, el del mismo personaje a quien unos meses después, el 26 de noviembre de 1993, ellos, los Arellano Félix, intentarían ejecutar en el restaurante Bali-Hai de la ciudad de México, Amado Carrillo Fuentes.