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Julio César Hernández
Si viviera en Guadalajara y el sentido de mi voto tuviera que ser en función del debate que sostuvieron Jorge Salinas Osornio, Jorge Aristóteles Sandoval Díaz y Carlos Orozco Santillán, candidatos del PAN, PRI y PRD, respectivamente, quizás no votaría por ninguno, aunque si fuera por los planteamientos sobre sus proyectos de gobierno, dudaría entre votar por alguno de los dos primeros.
Si fuera por el efecto mediático de dicho debate, entonces se lo daría al panista Salinas Osornio. Pero, bueno, no vivo en Guadalajara y, por lo tanto, sólo me toca abordar el debate como mero espectador.
Y sí, creo que mediáticamente Jorge Salinas ganó el debate, no tanto porque presentó las mejores propuestas de gobierno sino porque soltó algunos “ganchos al hígado” a su principal adversario que no logró reaccionar a tiempo y con contundencia, aunque no dejó ir en blanco al panista. 
Hay que reconocer que quienes escuchamos el debate no lo hicimos por conocer las propuestas de gobierno de los candidatos, sino más bien por el morbo que generó el inicio de la “guerra sucia”. Por un lado, saber qué otras cartas traía Salinas para arremeter contra Aristóteles; por el otro, conocer qué respondería el priista y con qué le regresaría el “golpe” a su contrincante.
Pero no hubo sorpresas en este renglón, salvó que Salinas Osornio se dejó ir contra toda la familia Sandoval Díaz: el papá, la mamá y la hermana. Aristóteles le reviró con el hermano y la hermana al panista. ¡Alégrese y felicítese! ¡Este es el nivel de los debatientes! 
Ahora, lo sucedido después del debate, con eso del antidoping y el polígrafo, ya fue mero show, fue extra, fue el bonus que sirvió para confirmar que nuestros políticos insisten en darnos “pan y circo”. Y es que, la verdad, este debate no lo escucharon más que quienes andamos en estos menesteres, porque la myaoría de los tapatíos que definirán la elección, estaban ocupados en tareas más importantes que escuchar est debate.
Ah, que no nos extrañe que de aquí el final de la campaña, éste sea el nivel de la disputa. Y es que, dicen, “el que se lleva, se aguanta”.