El gobernador Emilio González Márquez y el cardenal Juan Sandoval Iñiguez actuaron con prepotencia durante los últimos dos meses y desdeñaron la capacidad de la sociedad para sostener una inconformidad y para organizarse para protestar.
El gobierno estatal panista y la jerarquía católica pensaron que podían imponer un capricho a pesar de la oposición de buena parte de la sociedad.
Por eso se burlaron de quienes acudieron a la Comisión Estatal de los Derechos Humanos a quejarse por la macrolimosna de 90 millones y aseguraron, una y otra vez, que éste no tenía marcha atrás.
Avalados únicamente por los paleros de siempre, políticos acomodaticios y uno que otro dirigente empresarial lambiscón, el gobernador y el cardenal pensaron que la sociedad no resistiría con el tiempo y que su proyecto de violar el estado laico acabaría triunfando.
Pero la sociedad les dio una extraordinaria lección: si quieren contar con el respaldo de la gente, ya sean gobernantes o líderes religiosos, se tienen que ganar la voluntad popular día a día y en cada acción.