Los funcionarios públicos siempre voltean a ver al que está arriba, al gobernante. Si ven que su jefe (presidente, gobernador o presidente municipal) es corrupto, desordenado o frívolo, entenderán que hay condiciones para cometer excesos. Pero si ven que quien encabeza el gobierno es honesto, responsable y con una vida ordenada, verán en él un obstáculo para cometer abusos y un riesgo de ser castigados.
La anterior reflexión es del ex presidente Miguel de la Madrid, dada en una entrevista al final de su sexenio, en referencia a una historia íntima que se filtró por la indiscreción de un miembro del Estado Mayor Presidencial.
La historia se da en las semanas previas a la boda de su hija Margarita, en momentos en los que el país sostenía un estricto control de cambios de divisas, como medida para revertir una de las peores crisis económicas en la historia. Margarita quería ir a Estados Unidos a comprar su ajuar (vestido de novia, ropa y muebles para su nueva casa), apoyada por su madre doña Paloma. El presidente de la Madrid se negó rotundamente argumentando que la familia presidencial tenía que ponerle el ejemplo a los miembros del gobierno y a todos los mexicanos.
Quien fue Presidente de México de 1982 a 1988 tuvo otras muestras de austeridad, por ejemplo, amuebló la residencia oficial de Los Pinos con parte de los muebles de la casa familiar de Coyoacán, para ahorrarle al erario ese gasto, y al terminar el sexenio volvió con su familia a la misma casa que habitaba antes de llegar a la Presidencia, en la misma que murió el expresidente.
Como cualquier presidente, Miguel de la Madrid puede generar controversia por su actuación política, pero nunca se le pudo hacer un señalamiento personal comprobable de corrupción; por lo contrario, fue él quien emprendió las primeras acciones administrativas contra la misma, persiguió y encarceló a poderosos funcionarios de su antecesor (López Portillo) e introdujo en el discurso oficial los temas de la transparencia y la austeridad gubernamentales.
La reflexión y lección deberían ser atendidas con urgencia por el presidente Enrique Peña Nieto. Adquirir una casa de 86 millones de pesos y cargar con el maquillista de su esposa a una gira internacional no son buenos ejemplos para sus subalternos en el gobierno federal, ni para las burocracias estatales y municipales.
Pero también debería llamar a la responsabilidad a quienes encabezan un gobierno estatal o municipal.