Como cada inicio de administraciones, la mayoría de los presidentes municipales entrantes cayeron en la tentación de gastarse parte del dinero público que administran en crear lo que pomposamente llaman la Imagen Institucional de sus administraciones.

Esta supuesta Imagen Institucional, que se manda hacer cada tres años cuando llegan nuevos alcaldes, no es más que un logotipo y unas especificaciones básicas de dónde poner ese logo en diferentes aplicaciones, como lo son la papelería, vehículos y uniformes.

Casi siempre el logotipo designado como Imagen Institucional, por el que se pagan decenas de miles de pesos, no es más que un pésimo trabajo de diseño, de mal gusto y absolutamente infuncional porque en nada ayuda a un verdadero esfuerzo de comunicación con la sociedad y sólo sirve para alimentar el ego del gobernante en turno.

Y con esto tratan de borrar de la faz de la tierra y de la mente de los ciudadanos cualquier recuerdo de la administración saliente.

Pero el despilfarro no se queda únicamente en el pago por la creación de un logotipo y su manual de aplicaciones, sino que ésta apenas es la punta de un iceberg de derroche trianual de dinero.

Si el alcalde y sus asesores carecen de conocimientos de comunicación política cometerán la barbaridad de ordenar que se destruya toda la papelería de la administración anterior y ordenarán la impresión de una nueva que incluya el logo con el que piensan trascender en la historia. Y si la prudencia y la inteligencia no son características del gobernante y su equipo, ordenarán también que edificios, ventanillas, vehículos, patrullas y uniformes también sean rotulados con la Imagen Institucional

Todos estos excesos nos cuestan a los ciudadanos millones de pesos cada tres años y cada tres años vemos repetirse la historia porque el gobernante en turno sueña que su logotipo, ahora sí quedará para la historia o por lo menos grabada en la memoria de sus gobernados.

Lo que no saben los alcaldes y sus supuestos asesores de imagen es que todo ese dinero gastado y todo ese esfuerzo realizado en totalmente en vano porque las probabilidades de que la gente recuerde la supuesta Imagen Institucional de una administración son prácticamente nulas.

Y porque dentro de tres años llegará otro alcalde y otros asesores con las mismas vanas pretensiones y borrarán cualquier indicio de su antecesor.

El Logo de César Coll

¿Alguien recuerda cuál era el logo con el que se identificaba la administración de Cesar Coll en la Alcaldía de Guadalajara? ¿Cuántos recuerdan las imágenes institucionales de los ex alcaldes Francisco Ramírez Acuña, Emilio González Márquez, Antonio Alvarez Hernández, José Cornelio Ramírez Acuña, Jorge Arana Arana, Vicente Vargas López, Macedonio Tamez Guajardo, Arturo Zamora Jiménez, Miguel Castro Reynoso o Guillermo Sánchez Magaña?

Seguramente pocos, no obstante que algunos de ellos gobernaron hasta hace unos cuantos meses y los millones de pesos del erario público que cada uno de ellos gastó para tratar de posicionar su Imagen Institucional. Muchos tal vez ni siquiera podrían identificar a quienes aparecen en esta lista.

Esta es una prueba clara de la intrascendencia de las llamadas imágenes institucionales en la memoria de la gente. Lo cierto respecto de ellas es que sólo sirven para que algunos supuestos expertos en comunicación se embolsen algunas decenas de miles de pesos y para que el gobernante en turno alimente su ego durante tres años.

Esta ridícula tradición tiene su origen en una aún muy limitada cultura de la comunicación política y gubernamental y en el casi religioso afán de trascendencia que tienen nuestros políticos.

Por eso valdría la pena que nuestros políticos y gobernantes leyeran con mucho cuidado la siguiente reflexión que algún día dejó escrita un político.

“El hombre que se desvive por la gloria póstuma no se imagina que cada uno de los que se han acordado de él morirá también muy pronto; luego, a su vez, morirá el que le ha sucedido, hasta extinguirse todo su recuerdo en un avance progresivo a través de objetos que se encienden y se apagan. Mas suponte que son incluso inmortales los que de ti se acordarán, e inmortal también tu recuerdo. ¿En qué te afecta esto? Y no quiero decir que nada en absoluto le afecta al muerto, sino que al vivo, ¿qué le importa el elogio”.

Valdría la pena también que supieran que el autor de la cita fue Marco Aurelio, emperador romano que murió hace 1927 años y que nos legó sus reflexiones en un pequeño volumen titulado Meditaciones.

Y valdría la pena, entonces, que dejaran de gastar tanto dinero en sus intentos de imponer su Imagen Institucional y busquen mejores mecanismos de comunicación con la sociedad. *Publicado en el Semanario Crítica del 12 de Febrero de 2007.