Los informes de gobierno, tal como los conocemos, son un dizque ejercicio de información de los gobernantes hacia la sociedad en el que ambas partes quedan insatisfechas.
Por el lado de la ciudadanía, que no era arisca sino que la hicieron, existe la sospecha fundada de que las cifras, obras y acciones que se informan están manipuladas para dar una apariencia de mejores resultados.
La mayoría de los ciudadanos prefiere ignorar los informes y las glosas de los mismos porque cree que el gobierno se cuelga de resultados que no son producto de su labor, que se exaltarán hasta el cansancio los pocos y magros buenos resultados y que se minimizarán, soslayarán o ignorarán los resultados negativos, que siempre serán los más.
Además, la parte de la ciudadanía que se alcanza a enterar de que un gobernante rindió un informe sabe o sospecha que éste viene acompañado de un millonario gasto en encuestas, consultorías, producción de spots, diseño, compra de espacios en los medios de comunicación, espectaculares, vallas, cineminutos y toda la parafernalia que son parte del culto a la personalidad del mandatario.
Al final, no obstante el enorme gasto, serán pocos los ciudadanos que se enterarán o interesarán por el contenido del informe, y una buena parte de éstos no creerá lo informado.
Por parte del gobernante y su equipo la satisfacción no alcanza a ser mayor.
Quien gobierna y su círculo siempre sentirán que sus “logros” no son bien ponderados por la ciudadanía, se lamentarán de que la ley sólo les permite hacerle promoción cinco días antes y siete días después de rendirlo,  pensarán que los muchos millones que se gastaron en promoción son insuficientes, se quejarán que los medios de comunicación (no obstante la millonaria inversión en sus espacios) destacaron más lo malo que lo bueno y al final se sentirán cansados, desgastados e incomprendidos.
Pero, no obstante todo lo anterior, se ha mantenido el viejo formato de la ceremonia del informe, el mensaje del gobernante, la glosa o glosas, los millonarios gastos en publicidad, el carrusel de entrevistas en los medios, los posicionamientos de los partidos políticos, las mesas de análisis, las opiniones de los líderes y sectores sociales y los desplegados de los quedabien.
Y todo esto, insisto, ni acaba informando a la sociedad, qué se supone es el objetivo, ni acaba satisfaciendo plenamente al ego del gobernante.
Esto debería ser razón suficiente para acabar definitivamente con esta práctica que ha demostrado hasta el cansancio su ineficacia y su obsolescencia.
Sobre todo cuando ya existen tecnologías que permiten masificar, facilitar y abaratar la comunicación.