La decisión estaba tomada y nada -subrayo: nada- obligaría al gobernador Enrique Alfaro Ramírez a dar marcha atrás a su decisión de desaparecer el Instituto Jalisciense de la Mujer para transformarla en un área -subsecretaría- de la Secretaría de Inclusión Sustantiva.

Y si para lograrlo tenía que instruir a su fracción parlamentaria en el Congreso del Estado que diera “madruguete”, no dudó en hacerlo, sabedor de que ya traía en la bolsa los 20 votos necesarios para que su iniciativa fuera aprobada con el apoyo de los diputados del PRD, del PVEM y del PT, sus verdaderos aliados.

De nada sirvieron las protestas de los grupos feministas ni el reclamo de los diputados del PAN, Morena y PRI. Lo importante -como lo ha hecho el gobierno federal lópezobradorista- era dejar en claro quién manda en el Estado, quién es el gobernador que no está dispuesto a compartir el poder y, mucho menos, ceder a presiones externas si considera que su decisión es la correcta para lograr la refundación del Estado, como lo prometió en campaña.

¿De veras alguien fue tan ingenuo como para creer que Alfaro iba a ceder a la protesta de las organizaciones feministas y a la opinión del cardenal José Francisco Robles Ortega, y daría reversa a su decisión de extinguir al IJM?

La decisión estaba tomada hasta para correr el riesgo de que este asunto se judicialice al no cumplirse con el procedimiento legislativo para convocar y llevar a cabo una sesión extraordinaria. Pero el presidente del Congreso y coordinador de la bancada alfarista, Salvador Caro Cabrera, argumentó que era necesario porque advertían un “clima adverso” -¿acaso esperaban que las opositoras y opositores les aplaudieran?-, y reiteró que no cederían a presiones y chantajes, “prácticas que se usaron en culturas pasadas”, dijo.

Lo malo es que el “madruguete”, el “albazo”, la imposición y la cerrazón gubernamental son también prácticas de culturas pasadas a las que hoy recurrió la fracción parlamentaria en el gobierno. O sea que tan reprobable una cosa como la otra, aunque todo depende del cristal con que se mire, por supuesto.

Sin duda que en este tema del Instituto Jalisciense de la Mujer faltó cabildeo, diálogo, mayor apertura para convencer a los opositores. Y digo que faltó porque simplemente no existió la voluntad política para hacerlo. Simplemente se aferraron a que era una decisión tomada y así tenía que concretarse.

Y además, por supuesto, en Casa Jalisco no iban a permitir que en menos de dos meses de gobierno, Alfaro Ramírez iba a sufrir su primera y muy temprana derrota política.

En síntesis, el alfarismo en Jaliso se salinizó (Carlos Salinas) y se lópezobradorizó: “Ni los veo ni los oigo” y aquí el que gobierna soy yo. Y, al parecer, no será ni la primera ni la última vez.

Al tiempo.