Dentro y fuera de Morena siempre se ha cuestionado la aplicación de encuestas como instrumento para elegir a quienes serán sus candidatos a los cargos de elección popular en los tres niveles de gobierno, porque nunca se sabe la metodología, cuándo se levanta, qué preguntas se aplican y, lo peor, quiénes son los encuestados. Esas encuestas nunca se dan a conocer, no se hacen públicas. Y si hay alguna duda de lo anterior, basta preguntarle sobre el tema al senador Ricardo Monreal Ávila.

En una palabra, la opacidad es la característica de las encuestas morenistas, las que por sobreviviencia política quienes resultan perdedores aceptan y acatan sus resultados. Y si no, se atienen a las consecuencias; verbigracia: Ricardo Mejía Berdeja, ex subsecretario de Seguridad federal y aspirante a la gubernatura de Coahuila por el Partido del Trabajo.

Pero en Morena, quienes se someten a estas encuestas saben las reglas del juego y si deciden participar es porque están de acuerdo en acatar el resultado y lo que eso conlleva: un premio de consolación, sea el que sea. Por eso, en el caso de la candidatura presidencial, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López se mantienen en la carrera por obtenerla. Y quizás por eso, el secretario de Relaciones Exteriores, contra lo que se decía fuera de Morena, declaró que si no es el candidato no se saldrá del partido, pero aseguró que él será el elegido. Ver para creer.

¿A qué viene todo lo anterior? A que ahora en otros partidos algunos aspirantes apelan a la posición que ocupan en diversas encuestas para exigir, o cuando menos presionar, a sus dirigencias a designarlos candidatos, apostándole a que su popularidad es suficiente para ganar una elección, cosa que es cierta, pero no para hacer un buen gobierno. Y ejemplos de ello hay muchos: candidatos populares, pero pésimos gobernantes. Y a las pruebas me remito: ¿Vicente Fox, por ejemplo?

Y en este renglón, es de llamar la atención que a partir de que el Grupo Reforma publicó aquella encuesta de que Movimiento Ciudadano ganaba la gubernatura con cualquiera de los cinco prospectos mencionados en los medios de comunicación -Clemente Castañeda, Alberto Esquer, Jesús Pablo Lemus, Salvador Zamora y Verónica Delgadillo-, Lemus Navarro y más de uno de sus simpatizantes argumentan que por ser él quien encabeza las encuestas, debe de ser, por tanto, el candidato único -“de unidad”, dice él- a la gubernatura.

Sin embargo, la popularidad -y menos cuando es artificial mediante las redes sociales; ¿les suena algún nombre?- no garantiza buenos gobiernos. Y hoy Jesús Pablo Lemus y los tapatíos lo padecen. No es lo mismo ser presidente municipal de Zapopan, teniendo atrás quién gobierne para que él ande en campaña, que ser alcalde nada menos que de la capital del Estado, Guadalajara y ya no tener atrás al que gobierne. Una administración no se puede calificar de exitosa sólo porque “enchulas” una avenida gastando millones de pesos que pudieron invertirse en muchas otras colonias que aún carecen de los servicios más elementales y que un Ayuntamiento está obligado a otorgar.

Los candidatos de todos los partidos políticos deben de reunir un mínimo de características o requisitos para no sólo ganar una elección sino para asegurar un buen gobierno en beneficio del partido que lo postuló pero, principalmente, de la ciudadanía que habrá de gobernar. Y miren que en Movimiento Ciudadano, en Morena, en el PRI, en el PAN, y hasta en Hagamos y Futuro, hay buenos perfiles que sin ser populares, auguran que podrían hacer un buen papel como Ejecutivos.

Al tiempo…