Los priistas corren el riesgo de quedarse viendo el árbol en lugar de ver todo el bosque.
Más que como un propósito de iniciar un análisis de fondo sobre lo que sucedió tras la trágica derrota del 1 de julio, hubo quien colocó como distractor, sobre la mesa, la posibilidad o necesidad de que el Partido Revolucionario Institucional cambie hasta de nombre si es necesario para recobrar la confianza ciudadana.
La actual dirigente nacional del PRI, Claudia Ruiz Massieu, aseveró días atrás que éste es un tema que hay que considerar si es necesario.
Bastó esta referencia para que no pocos se concentren en la discusión sobre si el tricolor debe o no cambiar de nombre (ver el árbol), en lugar de centrarse en lo que debe ser el análisis de fondo: qué partido quieren (ver todo el bosque). Y cuando hayan dirimido hasta el cansancio éste tema con todos los aderezos que ello obliga, entonces buscar después cuál es el perfil de dirigente que se requiere y quién cumple con los requisitos para hacerse cargo de las riendas priistas.
¿O es que, acaso, de veras es importante y trascendente que los priistas comiencen la discusión sobre su futuro -analizando su pasado reciente, o sea la jornada electoral-, abordando el tema sobre si su partido debe o no seguir llamándose igual?
Ayer, en la ceremonia del doctorado Honoris Causa que la Universidad de Guadalajara otorgó al presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, el gobernador Jorge Aristóteles Sandoval aprovechó el marco para hacer un primer planteamiento a sus correligionarios sobre la lección que les dejó el resultado electoral que fundió a su partido nuevamente en la tercera posición electoral en la carrera por la presidencia de la República, y en la cuarta en la contienda por la gubernatura.
Dijo: