No creo equivocarme si digo que muchos periodistas aprendimos a cubrir el Arzobispado de Guadalajara como “fuente” de información, prácticamente de la mano del padre Adalberto González González, quien durante 20 años fue director de la oficina de Comunicación Social y vocero de la Arquidiócesis tapatía.

Llegar a su oficina -en ese entonces atrás de la Catedral Metropolitana- y anunciarse con su singular secretaria Socorro – “Soco” o “Socorrito” para nosotros, aunque parecía que siempre estaba de mal humor, pero así era su carácter-, era obligado antes de escuchar desde su privado el “¡pásate Julio!”. Y ahí consumíamos los minutos, en ocasiones hasta más de la hora, charlando antes de iniciar la entrevista con él, de solicitar una con alguno de los entonces Obispos Auxiliares -Adolfo Hernández Hurtado,Antonio Sahagún López, J. Guadalupe Martín Rábago y Ramón Godínez Flores- o con el mismo cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.

Y si no había entrevista de por medio, me entregaba un legajo de comunicados que el Cardenal emitía a los sacerdotes con algún motivo en especial, ya fuera religioso, social o hasta político, pero no salía con las manos vacías. Pero si salir con información era bueno, hacerlo con uno de los libros que él escribió era doblemente gratificante.

Al padre Adalberto le debo la satisfactoria oportunidad periodística de haberle hecho al cardenal José Salazar López la última entrevista que dio a un medio de comunicación.

En una de mis acostumbradas visitas a su oficina, luego de haber “cubierto” algún evento en Palacio de Gobierno o el Congreso del Estado, el padre Adalberto me dijo: “Ahí está el cardenal José Salazar, ¿no quieres entrevistarlo?”. La oferta era única e irrenunciable: “Sí, por supuesto”, le respondí. Y ahí vamos al patio, donde el cardenal Salzar estaba descansando sentado en una silla y sin oposición alguna aceptó la entrevista.

Fueron muchas las ocasiones también que el padre Adalberto me abrió las puertas con el cardenal Posadas Ocampo, cuantas veces le solicitaba una entrevista con él. Nunca hubo de su parte un “no puede”, “está ocupado”, de antemano, siempre iba y preguntaba si me podía recibir, y generalmente regresaba con un “vamos arriba (a la oficina del Cardenal), sólo hay que esperar a que termine sus audiencias”. Y salía con la entrevista.

Y ni qué decir de las reuniones anuales a las que nos convidaba, ya fuera por el Día de las Comunicaciones o con motivo de la Navidad y el Año Nuevo, allá en el Seminario Mayor, donde al final del encuentro no podía faltar la foto del recuerdo, como la que acompaña éste texto y en la que el padre Adalberto se ubica a la izquierda del cardenal Posadas.

El padre Adalberto era la antítesis de la mayoría de los jefes de prensa o de comunicación social. Nunca negaba una entrevista con el Cardenal o cualquiera de los Obispos Auxiliares; siempre iba con ellos y abogaba por nosotros para ser atendidos. Nunca negó al entrevistado; siempre verificaba que estuviera presente y de estarlo, le preguntaba sí podían atendernos. Nunca puso obstáculos a nuestro trabajo informativo y, mucho menos, nos consideró a los periodistas como un “peligro”, una “amenaza” o un “enemigo”. Nunca nos estigmatizó, fuéramos del medio de comunicación que fuera.

Cómo no recordar el accidente automovilístico del que fue víctima y el ser testigos de sus achaques iniciales como consecuencia de ello, sus cada vez más frecuentes ausencias de su oficina por visita al médico u obligado reposo, hasta que fue necesario retirarse y dejar en buenas manos -las del padre Antonio Gutiérrez- la oficina en la que por más de dos décadas hizo amigos, muchos amigos de los medios de comuicación, y yo digo que hasta alumnos como fue mi caso.

En una entrevista que le hizo el periodista Jesús Parada Tovar -con quien compartí, junto con Macrina Paredes, por muchos años la cobertura del Arzobispado como “fuente”-, y que fue publicada en el “Semanario” -órgano informativo- en diciembre del 2012, el padre Adalberto González confesó:

“Si nací con la cualidad de escribir, pues eso seguiré haciendo (…). Escribir es el medio más eficaz de comunicación, pese a la aparición de otros mecanismos más rápidos, masivos y sofisticados. Lo básico es la escritura, la palabra… Y así voy a morir, escribiendo”.