Gilberto Pérez Castillo
El priista Jorge Aristóteles Sandoval Díaz llegó a la alcaldía de Guadalajara levantando muchas expectativas, mismas que día a día se van diluyendo.
Aristóteles decidió -por estrategia o por no dar más- gobernar por ocurrencias y no por programas eficientes ni por políticas públicas sustentadas.
Desde pintar de rojo el equipamiento urbano -recuperación de las peores prácticas del priismo-, o instaurar volantas de policías que no despistolizan ni una cuadra, pasando por seudoprogramas sociales diseñados para ser espectáculo y no para mejorar la vida de la gente, o irresponsables operativos que exhiben y violan los derechos de sexoservidoras, a Aristóteles Sandoval no le tiemblan las manos para sacarse de la manga proyectos fuera de lugar como la construcción de un túnel por el centro histórico de Guadalajara o un tren de suspensión magnética.
En sentido contrario, no se le conoce algún programa o proyecto que genere la sensación de que Guadalajara será una mejor ciudad cuando él haya terminado su período como alcalde.
Por eso son cada vez más los actores y los sectores que están dejándolo de ver con seriedad. Es más, el gobierno estatal y el PAN pasaron de verlo con temor a divertirse con sus cada vez más extravagantes ocurrencias.
Este es el resultado normal cuando un gobernante comete el error de gobernar desde y para las encuestas.
Pero tal vez el mayor error de Aristóteles Sandoval ha sido el de confundirse y no entender que los tapatíos lo eligieron para que resolviera los problemas de la ciudad y no para que fungiera como precandidato a otra cosa.